El mapa cerebral del futuro turista
Te imaginas efectuar una reserva de hotel con solo imaginarlo? Ir más allá del One Click, la máxima simplicidad de proceso en la industria turística… Buscar un destino sin utilizar una sola tecla, analizar las imágenes sin el interfaz gráfico de una pantalla, decidirse y reservar como una misma acción 2×1, sin la ayuda de ningún botón de compra… Algo que probablemente significaría una afrenta a Amazon, que ha hecho de su botón mágico el ser y el existir de sus siglas.
Pues esto es lo que ofrece el visionario más controvertido de nuestro siglo, el incansable emprendedor de proyectos inverosímiles, el inefable, el cuestionado, el perturbado y, a la vez, revolucionario, Elon Musk. Otra vez Elon Musk que, desde su empresa Neuralink, ha explicado en un vídeo altamente recomendable de seguir un proyecto para dejar boquiabierto a quien no ha tenido suficiente con sus flamantes automóviles Tesla, sus baterías de alto rendimiento Tesla, su granja solar kilométrica Solar City, su rol de mayor transportista espacial con Space X o sus increíbles viajes a Marte anunciados para 2024. Lo último, ya digo, previsto para 2021 o principios de 2022 es el desarrollo de un implante cerebral en personas que se presten voluntariamente a ello.
Elon Musk, Mark Zukerberg y el matemático chileno Carlos Conca están abriendo las puertas de la digitalización del cerebro humano, que podría poner en órbita una nueva heurística del turismo y los viajes.
El experimento de Musk contempla la fabricación de electrodos ultrafinos que puedan trenzarse en el neocórtex del cerebro humano, conectados a un chip con capacidad de procesar al instante la información recibida de las neuronas y de canalizar dicha información en sentido bidireccional, de modo que las sinapsis se proyectarían al exterior y recibirían de la nube todo el conocimiento existente en ella. Musk asegura que estos implantes serán ultraseguros porque su inserción estaría a cargo de un robot de precisión microelectrónica, sin riesgo de daño en estructuras críticas del cerebro humano. Contra lo que algunos puedan imaginar, la intervención quirúrgica sería de una índole muy similar a la cirugía con láser para la corrección de la miopía. O, visto de otro modo, los implantes de Neuralink se sustentarían en la técnica aplicada hoy en diversos campos de la neurocirugía, como los cocleares de la sordera o la estimulación profunda en el caso del Parkinson.
El anuncio de Elon Musk se solapa —y añade expectación— con otro anuncio anterior de Mark Zuckerberg por el cual Facebook pondría en circulación a finales de 2020 un casco de electrodos capaz de leer el cerebro humano y comunicar el pensamiento de dos personas a través de Internet. Obviamente, el desarrollo de Neuralink dejaría pronto anticuado el invento de Facebook, aunque es verdad que éste podría dejar un margen de maniobra a la comunicación interpersonal sin necesidad de recurrir a la (micro) trepanación del cráneo.
Un hotel gestionado por robots podría muy bien acoger y dar hospitalidad a otros robots, tan emocionales o más que los humanos. Tendríamos que imaginar cómo sería un hotel experiencial para huéspedes robóticos experienciales.
A pesar del enorme poder que representa tener acceso a todo el conocimiento del mundo sin necesidad de un intermediario físico (el interfaz de una pantalla y un teclado, el clic y el tap en un dispositivo móvil), lo realmente portentoso de esta innovación es que abre una puerta a la digitalización del cerebro humano y la interpretación, cuando no la secuenciación, de sus emociones. Es el terreno en el que lleva un buen tiempo investigando el matemático chileno Carlos Conca, convencido de que existe una matemática aplicada de los sentidos.
Esto significa que mediante la conversión de información química en corriente eléctrica el proceso de modulación-desmodulación (modem) de dichos impulsos eléctricos entre los terminales de los sentidos (vista, tacto, oído, olfato, gusto) obedece a patrones matemáticos susceptibles de ser ordenados. Secuenciarlos es lo más parecido a la secuenciación genómica. De igual modo que editamos nuestros genes con la tecnología CRISPR-CAS, como si fuera un retoque de Photoshop, podríamos editar cada uno de nuestros sentidos y photoshopear una emoción, no ya en el cerebro humano, sino en el cerebro de un robot. Me imagino que el lector comprenderá por dónde estamos yendo. Si secuenciamos las emociones llegaremos algún día a editarlas para que un sistema de inteligencia artificial tenga conciencia y emociones.
De igual modo que editamos nuestros genes con la tecnología CRISPR-CAS, como si fuera un retoque de Photoshop, podríamos editar cada uno de nuestros sentidos y photoshopear una emoción, no ya en el cerebro humano, sino en el cerebro de un robot.
Esta idea, aparte del frenesí que pueda causar en el humanismo secular o religioso, pone en órbita una nueva heurística del turismo y los viajes. Bajo esta hipótesis, un hotel gestionado por robots podría muy bien acoger y dar hospitalidad a otros robots, tan emocionales o más que los humanos. Tendríamos que imaginar cómo sería un hotel experiencial para huéspedes robóticos experienciales.
Por supuesto, esta idea es más cercana a la ciencia ficción que al momento de aceleración tecnológica que vivimos. Pero es una hipótesis de trabajo necesaria para entender cómo van a evolucionar la automatización de las tareas rutinarias y las neurociencias programadas para el conocimiento del cliente que será la piedra angular del desarrollo turístico de la próxima década en el mundo. Y, además, esta idea abraza otras líneas de investigación enormemente útiles para la industria turística.
Si acordamos que el valor máximo del negocio hotelero no reside en las instalaciones y servicios del producto hotelero, sino en el recuerdo que genera la experiencia de la estancia, pensemos en cómo las aplicaciones de Neuralink habilitarían la inervación del circuito neuronal asociado a la memoria de la experiencia vivida, del mismo modo que el recuerdo de un tuit habilita la inervación del circuito de bits registrado en la nube o en el disco duro de nuestro ordenador.
La neurociencia y la matemática aplicada van a proporcionarnos grandes avances en el conocimiento de los viajeros, su inspiración al salir de casa, sus pautas de consumo, la asimilación de su aprendizaje, el círculo completo de su experiencia de viaje.
La próxima década del turismo se revela apasionante, conforme lo hemos venido avanzando en estos últimos años. Apasionante porque la neurociencia y la matemática aplicada van a proporcionarnos grandes avances en el conocimiento de los viajeros, su inspiración al salir de casa, sus pautas de consumo, sus pensamientos y anhelos, las dificultades originadas por la toma de decisiones, la asimilación de su aprendizaje, en fin…, el círculo completo de su experiencia de viaje. Todo lo cual servirá para incrementar notablemente la dimensión del negocio turístico, pero también para hacerlo más sostenible y enriquecedor para el planeta.
De todos modos, en caso de que Elon Musk consiguiera un implante sináptico en el plazo de dos años, el hecho cierto es que la cantidad de electrodos a conectar al mapa digital del cerebro no pasaría de unos cuantos centenares, tal vez miles. ¿Cómo conseguir en tiempo real un número de conexiones suficiente para registrar los 700 billones de sinapsis (7.000 conexiones sinápticas por cada 100.000 millones de neuronas) que un cerebro humano es capaz de producir para, entre otras cosas, tomar una decisión de reserva en el hotel apetecido? Nadie puede saberlo, de momento.
La vía de exploración está abierta, en cualquier caso, por el explorador más intrépido de nuestro siglo. Pero no sabemos si las cataratas del Victoria están a unos años de Neuralink o a siglos vista de Henry Morton Stanley. Sí podemos asegurar que cuando el Livingstone del futuro se encuentre con Stanley en las cataratas de esta geografía neocortical, nuestros cerebros ya funcionarán como una singular mixtura humano-robótica, según predice con fundados argumentos Yuval Noah Harari. Los transhumanistas se habrán quedado entonces tranquilos con su nuevo timbre de voz digital: «Doctor Asimov, supongo».
Por Fernando Gallardo |