Enólogas sub 35, la generación de mujeres que eligió el vino como forma de vida
Son mujeres. Son jóvenes. Y son enólogas. Conversamos con tres exponentes de la enología chilena y nos contaron, entre otras cosas, qué se siente ser mujer en tierra de hombres. “A veces te puede cerrar puertas y es una pena reconocerlo”, dicen. Sus inicios, sus proyectos y un denominador común: viajar por el mundo para luego ser profetas en su tierra.
Javiera Ortúzar, una pasión de niñez
Javiera Ortúzar, 30 años, supo alrededor de los 12 que quería dedicarse al vino. “Siempre veía a mis padres disfrutar del vino de una manera muy distinta. Yo siempre estaba con la duda de qué era lo que los hacía disfrutar tanto, que más encima salía de un racimo. ¡Era inexplicable!”, dice Javiera. Los domingos en su casa, cuando le tocaba recoger la mesa después de almuerzo, metía a escondidas el dedo en la copa de su mamá, quien siempre dejaba un concho. Supo desde siempre que lo suyo era la enología, “que más que una carrera era una pasión. Nunca dudé de lo que quería para mi futuro”, explica.
Estudió en la Universidad de Talca y después empezó una vuelta por el mundo que incluyó trabajar como enóloga en Nueva Zelanda, Australia, Sudáfrica, Alemania e Inglaterra, además de completar sus estudios en California y hacer un posgrado de marketing en la Universidad de Oxford. “El viajar por el mundo durante 5 años y recorrer cada rincón es mi clave y mi secreto frente a la vida y al mundo del vino”.
Hoy se encuentra “bajando todo a barrica, para que queden tranquilitos los vinos”, en lo que será su tercer vino, luego de Después de la lluvia (2016) y El elegido (2017). Pero recuerda que en sus inicios, e incluso ahora, ser mujer no ha sido fácil. “El hecho de ser mujer en el rubro de los hombres, es un desafío muy grande. ¡Me miraban como la niñita que no puede mover una bomba sola! Me acuerdo y me río. Pero lo pasé mal. Creo que en todas las vendimias me escondía en una cuba a llorar. Pero pasaron los años y de a poco las cosas iban caminando e iban confiando en que uno sí sabe y sí puede hacer vino. ¡Y mover una bomba también!”, dice Ortúzar.
¿De todos los vinos que has hecho, cuál es el que más te gusta?
-En términos de producción, todos tienen una característica e historia detrás que es difícil decidir por uno. Elijo llamarlos de cierta manera porque cada vino representa parte de la historia de cada vendimia, lo que va pasando día a día.
¿Qué sientes cada vez que descorchas un vino tuyo por primera vez?
-Aahhh – suspirando. Son muchos sentimientos. Cuando descorcho y lo degusto es recordar, por un segundo, todo lo que significó hacer el vino, que créeme, cada año es muy especial.
Natalia Poblete, trotamundos del vino
Natalia Poblete tiene hoy 34 años. Egresó de Agronomía de la Universidad Católica y su primera vendimia la realizó como practicante en la viña Cousiño Macul. Un año después, partió a California para trabajar en una de las bodegas de Kendall Jackson, llamada Atalon. Ahí trabajó ayudando desde la recepción de uvas hasta participar con la enóloga principal en una de sus mezclas. Luego vendría su paso por Isla de Maipo, viajes técnicos a Australia y Nueva Zelanda, y William Cole, en Casablanca, motivada por la elaboración de variedades de clima frío.
A mediados de 2013, “tomé la decisión más osada de mi vida: renuncié a mi trabajo y me fui a recorrer el mundo sola”. El viaje contemplaba turismo, turismo enológico y trabajos en bodega. Recorrió Europa, Asia y Australia, donde realizó una vendimia en la viña SHAW + SMITH. A su regreso a Chile, la contactó Rodrigo Bauzá para invitarla a unirse a la compañía bajo la idea de hacer vinos provenientes de los viñedos familiares ubicados en Til Til, lugar donde trabaja hasta la actualidad.
“Tengo dos vinos que son mis preferidos. El Carigno del Maule, que hice junto a mi mejor amiga. Reúne todo lo que queríamos y fue recién en 2015 cuando nos atrevimos a hacerlo. El otro es Presumido, de Casa Bauzá. Me encanta el nombre porque hace alusión a algo que va muy en línea con su nombre, un Carmenere que es tan particular y distinto que puede presumir”.
¿Has encontrado algún tipo de resistencia por ser mujer?
-Algo. Pienso que te puede cerrar puertas, y es una pena reconocerlo. Recuerdo un par de entrevistas donde ha sido inevitable la pregunta: ¿quieres tener hijo? o ¿eres soltera? Eso ha sido un poco chocante. Eso sí, en mis trabajos la experiencia ha sido buena, no he sentido discriminación, tal vez algo de resistencia donde te ven joven y llena de ganas de hacer cosas, pero nada que el tiempo no cure.
¿Cuál es la etapa que más disfrutas de todo el proceso?
-La etapa final, donde tu vino se hace botella. Cuando estás degustando tus componentes para hacer la mezcla final que será tu vino. Es cuando está todo jugado, es súper emocionante.
Cada vez que Natalia Poblete está a punto de probar sus vinos por primera vez siente curiosidad y nervio. “Pienso, ‘uh, cómo estará esto’. Me gusta que eso suceda, lo hace más entretenido. No doy por hecho que esté rico, al contrario, soy autocrítica. Siempre le busco el defecto a lo que uno hace.
Karim Reuse, amor compartido
Tras finalizar sus estudios de magíster en gestión empresarial, Karim Reuse, 31 años, se enfrentó a uno de los retos más importantes de su vida profesional hasta ese momento. “Una familia que era dueña de unas hectáreas de Pedro Jiménez, en la IV región, me hizo una propuesta para hacerles un vino que ellos habían estado intentando durante dos años. Si bien contaban con los implementos de una bodega de mediana producción, tuve que hacer todo: recoger las gamelas en la cosecha, cargar el tractor, descargar camionadas, cargar la prensa, etc. En el fondo era desarrollar un nuevo vino, de una cepa no diseñada para ello, crear una marca, posicionarla, buscar sus canales de venta; todo en el fondo”, explica. El resultado fueron cuatros tipos de productos: un Pedro Jiménez, un moscatel rosado y dos Syrah de Illapel que finalmente entregó a sus dueños. “Yo ya tenía que seguir con mi carrera personal”, dice. Su currículum ya marcaba un trabajo en la Viña Santa Rita, viajes y vendimias por California y Nueva Zelanda, y un paso por el área comercial de Concha y Toro. “Trabajé en la bodega de Chimbarongo, donde se producen las líneas más comerciales de la viña. Quería entender la industria en su totalidad, en todas sus esferas”, dice.
Hoy se encuentra desarrollando un “tímido proyecto enológico” junto a su futuro esposo, también enólogo, “uno de los mejores”, que esperamos poder compartir pronto, en lo que imagina caerá en la categoría de vino de garaje familiar.
¿Tuviste problemas por ser mujer?
-Sinceramente no hallé mucha resistencia para lograr mis objetivos. Sí creo que el rubro puede ser más difícil si no tienes la experiencia suficiente que exige la gran industria. Chile es un país de enólogos, mujeres y hombres, y creo que ambos deben prepararse en conocimientos y experiencia para lograr posicionarse y desarrollar un vino que se distinga y se posicione.
¿Tienes algún referente?
-Quiero destacar a una enóloga mujer que he visto crecer gracias a su propia fortaleza, Javiera Ortúzar, quien ha sabido ganar su espacio gracias a su pasión, sencillez y perseverancia. Creo que todavía tiene mucho que mostrar.
¿Tu mejor momento para un vino?
-En compañía de mi futuro esposo, ya que siempre compartimos el interés y el placer de una buena copa de vino.