John Müller: «La lección que dejó España es que es muy fácil corromper a una sociedad ofreciéndole el camino del asistencialismo y del reparto»
John Müller González es un periodista chileno mucho más conocido en España que en Chile, país donde desarrolló una extensa y exitosa carrera por diversos medios, principalmente escritos, la que inició en 1987 en el Diario 16, periódico símbolo de la transición española que dirigía el emblemático periodista Pedro J. Ramírez, quien al más puro estilo Valdano contra Zamorano, primero se quiso deshacer de él designándole contra su voluntad como corresponsal en Chile, y luego, sin más remedio que reconocer sus méritos, le ofrece participar en la fundación del diario El Mundo, periódico en el cual Müller terminaría ocupando el cargo de director adjunto.
Entre medio, dirigió El Universal de Caracas, lideró un proyecto de radio digital y condujo un programa de televisión. En enero de 2014, dejó de manera definitiva la plantilla de El Mundo, para dedicarse plenamente a su columna de economía y colaborar en programas de radio y televisión en Madrid, además de ser frecuentemente requerido como consultor y conferencista. Este año, además, publicó su tercer libro: Leones contra dioses, un relato de los años más duros de la crisis española, que pone énfasis en cómo los políticos españoles se farrearon la oportunidad de aplicar un ambicioso programa de modernización del Estado.
Veinte y seis años después, regresa a trabajar a Chile, esta vez como profesor invitado de la Escuela de Periodismo de la Universidad Adolfo Ibáñez. Su estancia será breve. Está a cargo de dos asignaturas hasta que finalice el segundo semestre de 2015, y luego volverá a Madrid, ciudad donde reside junto a su mujer y dos hijas españolas.
En tiempo de crisis, Müller es una voz más que autorizada. Como experto en temas económicos y políticos, conoce al dedillo las claves de cómo los políticos caen en la tentación del populismo y luego encubren sus responsabilidades. Recién llegado a Santiago conversamos sobre su historia y su visión de la situación actual en Chile.
¿Cómo es eso de ser uno de los fundadores de dos diarios españoles?
—Tiene que ver con mi relación con Pedro J. Ramírez. Yo había conocido a Pedro J. cuando llegué como becario al Diario16. Cuando caducó mi contrato, Pedro J. estaba todo el día echándome porque sabía que yo seguía trabajando, pero ilegal. Entonces él me decía ‘vete a Chile y te hago corresponsal’. Como la situación era insostenible y en Chile Abraham Santibáñez me estaba llamando para trabajar en la revista Hoy me enfrenté a Pedro J. y me salió un cosa chulesca, que no es verdad porque no va con mi personalidad, y le dije: ‘te voy a demostrar que soy tan buen periodista en Chile que me vas a tener que traer de nuevo a España contratado y legalizado’. Al año siguiente, en 1989, después de cubrir el plebiscito, que fue descomunal porque el Diario16 cubrió el plebiscito en Chile como si hubiera sido en España, Pedro J. me hizo corresponsal para Sudamérica. En eso estaba cuando un amigo que iba a fundar La Gaceta de Negocios me ofrece ser del parte del equipo del nuevo diario ofreciéndome un contrato como redactor económico especializado en América Latina. A los 30 días de mi regreso a Madrid y trabajando en La Gaceta de Los Negocios, a Pedro J. Ramírez lo despidieron del Diario16. Pasaron ocho meses y me llama por teléfono para contarme que estaban armando el proyecto de crear el diario El Mundo, y me ofrece ser parte del equipo fundador a cargo de la sección internacional.
El sueño del pibe, ¿cuál fue tu rol como fundador del diario?
—Me tocó montar la red de corresponsales, con muy poco presupuesto. Tuve que desarrollar un política de colaboración con nuestros aliados informativos, The Guardian de Londres, Liberación de París y El Corriere della Sera de Italia. Otra cosa que deseábamos era que El Mundo fuese un diario de grandes reporteros, y eso requirió tener unos cuantos reporteros internacionales muy bien experimentados. Estos periodistas comenzaron a hacer cosas que nadie imaginaba que podían hacer. Alfonso Rojo estaba al lado del Muro de Berlín el día que cayó el muro. Cuando entró a Timisoara, en Rumanía, se tocó de bruces con los cadáveres ultrajados de las víctimas de las revueltas en contra de Ceaucescu. Julio Fuentes consiguió estar en medio de la batalla de Panamá cuando invadieron Panamá. Entonces ocurrió que a la sección internacional le empezó a tocar la fortuna.
Lo que no estaba contemplado…
—Para nada. La guinda del pastel fue que empezó a caerse el comunismo y todo el desmoronamiento de la Europa del Este. Lo insólito fue que Pedro J. Ramírez, que había diseñado la sección internacional con tres personas, me venía a ver y me preguntaba si necesitaba más personal, si necesitaba reforzar esto o esto otro. En poco tiempo nos sentimos compitiendo junto a los grandes medios de Europa. Yo creo que estábamos tocados por una mano que nos permitía estar en los sitios claves escribiendo grandes noticias y conseguimos darle un gran sentido del espectáculo al asunto.
Junto con este panorama ¿qué le ocurre al diario como empresa?
—Se hizo una ampliación de capital y se planteó una operación que dio entrada a un accionista mayor que fue la editorial Rizzoli, propietaria del Corriere della Sera, que en 1992 tomó un porcentaje importante e inyectó una cantidad de dinero que nos hizo sacar pecho y nos pusimos de moda. En las escuelas de negocios estudiaban nuestro caso. El Mundo era el experimento periodístico occidental más exitoso y rentable de occidente. Éramos el google de la época.
¿Seguiste ascendiendo en el diario?
—Luego de eso me ascendieron a subdirector y Pedro J. me planteó la idea de crear un suplemento de información metropolitana de Madrid. Fue una cosa muy divertida, porque era pasar de jefe de Internacional, que estaba hablando de Moscú y de Bagdad, a hablar de los barrios de Madrid, pero además daba la circunstancia que este tío no era de Chamberí, ni de la Castellana, ni de Madrid, sino de Osorno, Chile. Era como la locura perfecta.
Luego de eso tuviste una experiencia como director ejecutivo del diario El Universal de Caracas, ¿por qué te fuiste a Venezuela?
—Fui a Venezuela a dar unos cursos de formación a la gente del diario El Universal. En eso estaba cuando el dueño del diario me planteó si yo estaba dispuesto de llevar a la práctica el nuevo modelo de periódico que estaba ofreciendo como consultor y cometí el error de aceptar.
¿Por qué dices que fue un error?
—Porque un consultor nunca tiene que aceptar hacer las cosas que ha propuesto. Norma número uno de la consultoría: nunca te arremangues para hacer lo que recomiendas, porque probablemente vayas a fracasar, entonces además de haber prometido una solución mala, lo vas a demostrar.
¿Y en qué te equivocaste?
—Me equivoqué porque no soy un consultor, sino un tío que le gusta tomar riesgos y me eché a los periodistas de Venezuela encima. Fue un proceso muy complejo, porque tuve que desactivar un convenio colectivo de sindicatos de periodistas que tenía ciento y tantos artículos, un convenio colectivo que era tan intrusivo que le decía al director del diario cuántos redactores tenía que tener. Era tan regulador que poco le faltaba para decir a qué hora tenía uno que levantarse para ir al baño. Entonces yo les decía, ‘oye y si yo no quiero tener cuatro tipos en internacional, sino dos y otros dos en economía porque me viene mejor, ¿dónde vamos a dejar la flexibilidad del periodismo?, ¿dónde está nuestra capacidad de respuesta’? El Sindicato de Periodistas de Venezuela era una organización que me repateaba, porque además me prohibían escribir y ser redactor del diario porque no era colegiado.
Me suena familiar.
—En Venezuela pasó una cosa tremenda llevados por esta tontería. Un periodista como Tomás Eloy Martínez, narrador, cronista y crítico argentino, que salió al exilio en Argentina cuando se tomaron el poder los militares, se refugió en Venezuela, pero como el tío no podía trabajar como periodista en el diario de Caracas, lo tenían escondido en una buhardilla haciendo de corrector de los textos de los periodistas. Te aseguro que el diario de Caracas de aquella época era el mejor escrito de América Latina porque Tomás Eloy se lo re escribía entero.
¿Y qué pasó con El Universal?
—Pasó que la situación venezolana se llevó por delante el proyecto. El diario que estábamos pensando no era para el país que llegó después. Estábamos pensando en un diario moderno que pudiera existir como si fuera de una capital europea, y resulta que nos encontramos con un país que caminaba en marcha forzada hacia el tercer mundo.
¿Qué hiciste a tu regreso a España?
—A mi regreso de Venezuela en 1997, Pedro J. Ramírez me propuso un proyecto radiofónico que me hizo mucha ilusión, porque mi papá había sido locutor de radio. El proyecto era desarrollar una licencia de radio digital que a El Mundo le habían dado. Eso me permitió hacer alianzas, contratar satélites, meterme en un mundo nuevo que me hacía mucha gracia, porque la historia de la radio comercial en España nació de la mano de un chileno, de Bobby Deglané, un iquiqueño que luego de relatar boxeo en Estados Unidos, llega a España y crea la radio comercial en España con publicidad y todo eso. Un segundo gran momento de la radio española fue la radio musical, creada también por un chileno, Raúl Matas. Yo siempre me jactaba y les decía, ‘ahora que ha llegado la radio digital también hay un chileno’. Eso duró hasta el año 2003.
También tuviste una experiencia en televisión.
—Eso fue en 2009. Ahí me llamó Melchor Miralles, que era el responsable de la televisión de El Mundo y me dice que prepare un programa político muy original, que le pusimos La vuelta al Mundo. Mi idea era traer a un político y ponerle pruebas, entrevistarlo, pero al mismo tiempo hacerle pasar por situaciones provocadoras y difíciles, pero con la idea de ver su lado más humano.
¿Y cómo le fue al programa?
—Fue un fracaso. Duró una semana. Me pidieron modificar el formato y les dije que para hacer lo que hacen todos los demás, no contaran conmigo.
Diarios, radio, televisión; eres escritor, columnista y conferencista. ¿Eres muy conocido en España?
—Relativamente. Hombre, la gente que sigue la economía me conoce bastante. Los políticos también me conocen.
¿Te ven como español o chileno?
—No lo sé, nunca les he preguntado. Quizás me ven como un canario con acento raro. Bueno, muchos saben que soy chileno, porque entre otras cosas cada vez que yo hablo de economía hablo de Chile, tomo a Chile como ejemplo.
¿En qué estás hoy en España?
—Dejé el diario el día 2 de enero del 2014. Salí de la plantilla y me quedé como columnista del diario que es los que realmente me interesaba. Además he tenido una extensa actividad de conferencias, presentaciones y entrevistas relacionadas con mi último libro, Leones contra Dioses.
Antes de dejar El Mundo tuviste el cargo de director adjunto. ¿Qué hace un director adjunto?
—Es más que nada una dignidad dentro del diario.
«EL GOBIERNO ESTÁ SIN RUMBO. EN CHILE SOLO FUNCIONA LA SOCIEDAD CIVIL. LA PRESIDENTA DIJO QUE SE IMPONE EL ‘REALISMO SIN RENUNCIA’, PERO YA LE HA HECHO UN DAÑO IMPORTANTE AL PAÍS”.
DE REGRESO A CHILE
¿Cómo surgió la idea de regresar a Chile y hacer clases en una Universidad?
—Fue una idea de Marily Lüders, la decana de Periodismo de la Universidad Adolfo Ibáñez. Ella desbloqueó el camino burocrático y me hizo una oferta a la que no me pude negar.
¿Cuál es tu sensación de volver a trabajar en Chile?
—Te lo contaré más adelante. Llevo 26 años fuera del país y no sé ni cómo funciona el Transantiago.
Después de 17 meses de Gobierno de la Nueva Mayoría, ¿cómo ves a Chile hoy?
—Veo a un Gobierno cuyos líderes parecen estar en una competencia de quien es más de izquierda. Hay una falta de madurez y una falta de respeto con la democracia representativa, enorme.
¿Te tocó ver algo similar en España, en el cual las demandas sociales y los grupos de interés se apoderan de la coyuntura política?
—Ocurrió hace algunos años atrás con los mineros del carbón. El carbón español es muy poco rentable. Es carísimo producirlo debido a que el precio ha bajado mucho porque Estados Unidos ya no lo usa como antes, por lo tanto la única forma de que sobrevivan las cuencas carboníferas asturianas es con unos subsidios enormes. Entonces estos tipos van a Madrid a exigir que se les pague para no trabajar con cargos a los impuestos. Y el Gobierno socialista les hizo caso. Ahora mismo había una política de privatización de la sanidad, cosa que no juzgo, y los sindicatos se opusieron con paros y medidas de fuerza, luego fueron a los tribunales y han conseguido parar la privatización de las empresas sanitarias.
¿Cuáles fueron las consecuencias para España de estas concesiones?
—Hay un dicho español que dice que estamos en la «Casa de Tócame Roque». Es decir que aquí todo el mundo me toca. Es la casa en donde siempre hay alborotos y riñas. Donde cada uno abre el refrigerador y se lleva un trozo. Cuando los ciudadanos empiezan a percibir que el que grita más fuerte se lleva su tajada, en ese momento el sistema empieza a perder legitimidad y se desmorona.
¿La crisis de España tiene que ver con esto?
—La crisis tiene que ver con una visión mercantilista de la sociedad en el sentido de intervención política. De que el Estado es el que define todo. En España en realidad la crisis se define por la conducta de los dos grandes grupos electorales. Al Partido Socialista le vota una gran capa de la población que básicamente vive de transferencia de renta, léase jubilaciones, subsidios de desempleo, grandes transferencias de ayuda. Y al Partido Popular le vota la gente que quiere que el Estado le acote el negocio y le levante barreras de protección que impiden que otros entren. Con esto terminas teniendo un país súper trabado, muy regulado, donde regulas tanto que terminas regulando mal.
«YA ERA SOSPECHOSA LA MANERA EN QUE LA PRESIDENTA INTERPRETÓ EN 2014 QUE LOS QUE VOTARON POR ELLA QUERÍAN EXACTAMENTE GRATUIDAD UNIVERSITARIA, MÁS PODER A LOS SINDICATOS Y UNA REFORMA TRIBUTARIA»
¿Qué lecciones tiene que sacar Chile de la crisis española?
—La lección que deja España es que es muy fácil corromper a una sociedad ofreciéndole el camino del asistencialismo y del reparto de la riqueza. Ese discurso es muy fácil y solo abre la posibilidad de que en muy poco tiempo esa sociedad baje los brazos y deje de asumir su responsabilidad. Esa fue la clave de lo que ha pasado en España. Cuando tú creas un estado benefactor, la gente baja los brazos y cree que sus problemas los tienes que resolver el Estado. Y en España, eso ha sobrepasado el ámbito económico. La gente hoy cree que debe ser el colegio el que le debe enseñar a sus hijos a usar los cubiertos en la mesa. La gente pide que sean solidarios con África, pero no están dispuesta a ponerse la manos en el bolsillo para sacar un euro. Un país como Chile, que con tanta dureza tuvo que aprender que la responsabilidad individual es la base de la prosperidad, me parece que está dando un paso atrás si piensa que la tarea de crear riqueza está hecha y que llegó la hora de repartir. Al final, lo que van a quedar repartiendo es la miseria.
Piensas que el segundo gobierno de Bachelet nos lleva a esa dirección?
—El Gobierno está sin rumbo. En Chile solo funciona la sociedad civil. El Estado, los políticos, están perplejos. La presidenta dice que se impone el “realismo sin renuncia”, pero ya le ha hecho un daño importante al país. Cabe citar aquí el discurso de Max Weber, La política como vocación, de 1919. En él, distingue entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. Weber dice que los que actúan según la primera, siempre buscan a alguien a quien culpar cuando los resultados son malos; mientras que los que proceden de acuerdo a la segunda, toman en cuenta todos los defectos del hombre y no se sienten capaces de descargar en otros las consecuencias de sus actos. Algo de eso ha pasado con la presidenta, que es una mujer sencilla. El problema es que aún está intentando domesticar a la caterva de puristas de la retroexcavadora que plagan la Nueva Mayoría. Mientras ella no sienta que domina su coalición, no habrá un nuevo rumbo.
«LA NUEVA MAYORÍA IMPUSO UNA VISIÓN IDEOLOGIZADA DE LA POLÍTICA QUE NO VEÍAMOS DESDE LA DICTADURA»
EL FIN DEL MILAGRO CHILENO
En Chile estamos en un proceso de reformas que antes de que se diseñaran tenían una gran adhesión popular; sin embargo, hoy existe una gran desaprobación en todas las reformas que el Gobierno implementó o está en proceso de legislar. ¿Cómo explicas esta situación?
—La Nueva Mayoría impuso una visión ideologizada de la política que no veíamos desde la dictadura. La política dejó de ser el arte de lo posible, de crear consensos, de ir consiguiendo mejoras de manera incremental. Ya era sospechosa la manera en que la presidenta Bachelet interpretó a comienzos de 2014 que los que le votaron querían exactamente la gratuidad universitaria, más poder para los sindicatos y una reforma tributaria. Eso no era así. El votante no dice ‘quiero esto y que se haga así o asá’, la política no funciona de esa manera, porque la gente no se lee los programas y en estos no se detalla cómo se van a hacer las cosas. La Nueva Mayoría erró medio a medio, demostró amateurismo, no solo en la interpretación de los deseos, sino en la lectura de la coyuntura económica. Lo primero que debió preguntarse Bachelet en 2013 no era si los chilenos estaban dispuestos a pagar más impuestos para recaudar 2 o 3 puntos más del PIB y financiar sus reformas, sino si China estaba dispuesta a seguir sosteniendo el tirón de la demanda de cobre. El resultado de esta visión fueron unas reformas de pésima calidad técnica, dañinas para el país, que la gente rechaza.
Sin embargo los adherentes a las reformas, aseguran que los efectos positivos solo se verán en los próximos años cuando Chile sea un país menos desigual ¿Tú crees que gracias a estas reformas Chile será un mejor país?
—Una buena reforma educativa no es una reforma del gasto educativo. No se trata de decidir si la educación la pagan directamente las familias o indirectamente a través de impuestos, que me parece más ineficiente. Lo importante de una reforma educativa es lo que afecta al alumno, que debería ser el centro de atención de la misma. Y cuando empiezas a fijarte en el alumno, que es un chileno que tendrá que competir muy duro en el futuro con jóvenes de otros países que también están reaccionando, es cuando empiezan los problemas de verdad porque tocas los intereses de los profesores, de los dueños de colegios y de las familias. Sin el compromiso de los profesores no hay reforma posible. Y ya se vio que al menos su sindicato o su gremio no están por la labor. No nos queda más remedio que admitir que para tener Finlandias hay que tener finlandeses y los profesores chilenos no son finlandeses. Y eso no significa negarles que en algo puedan tener razón, porque los padres y alumnos tampoco lo son. La reforma tributaria es una ampliación del poder político. Gracias a ella, ahora los políticos deciden sobre un 2 o 3 por ciento de la riqueza nacional sobre la que antes no resolvían. Antes, cada chileno decidía cómo se gastaba esa parte. Ahora viene un político, le saca la plata del bolsillo, decide cómo se gasta y después le dice al contribuyente que eso lo beneficiará con un país más justo. Yo creo que el que mejor sabe cómo gastarse su plata es el que la ha ganado. Y la reforma laboral corre el riesgo de convertirse en un factor de rigidez del mercado que solo traerá más desempleo.
En septiembre se supone se iniciará un proceso constituyente que busca cambiar la Constitución de 1980 por una nueva Carta Fundamental. ¿Estamos en un buen momento para entrar en un proceso como este?
—Claramente no. Eso se ha puesto en la agenda para salvar la segunda mitad del Gobierno de Bachelet. No aconsejo abrir un proceso constituyente, porque eso es abrir en canal todos los temas que dividen a los chilenos. Cuando preguntas ‘¿qué cuestiones fundamentales nos impide hacer la actual Constitución?’, al final todos los argumentos van decayendo y solo queda el simbólico: es la Carta Magna de Pinochet. Si lo que molesta es que es la Constitución de Pinochet, el proceso constituyente se agota el mismo día que se inicia, porque la nueva asamblea puede aprobar exactamente el mismo texto que es con el que los chilenos han funcionado 30 años sin problemas, y firmarla, someterla a referéndum, y ya está. No niego el debate, pero me gusta que sea fructífero. Siempre cito el caso de Alemania Federal. Su Ley Fundamental se la impusieron los países que la derrotaron en la II Guerra Mundial. Nada puede ser más abominable para un patriota. Pero los alemanes, en vez de quedarse en lo simbólico, han usado su Constitución, la han vivido, la han reformado cientos de veces y hoy la quieren más que a nada. Aunque conocen su origen, se han esforzado en legitimarla, porque ella les recuerda su pasado y sus errores. Lo mismo debería suceder con los chilenos y la Constitución de 1980. Pero aquí el pasado lo miramos en clave de revancha, no de lección.
«NO ACONSEJO ABRIR UN PROCESO CONSTITUYENTE, PORQUE ESO ES ABRIR UN CANAL POR DONDE PASEN TODOS LOS TEMAS QUE DIVIDEN A LOS CHILENOS».
Chile y España tienen situaciones políticas más o menos comparables. La diferencia es la grave crisis económica española y la alta posibilidad de que un nuevo partido, populista y socialista con tintes revolucionarios, logre el poder. ¿Prevés una situación similar en Chile?
—Espero que la crisis en Chile no sea tan profunda como en España, donde ha tenido alcance estructural. El gran problema chileno es el cobre. Después de décadas seguimos siendo dependientes del cobre, cuando se creía que el modelo de apertura al exterior iba a resolver eso. Hay que admitir que los economistas chilenos se durmieron en los laureles y no fueron capaces de advertir que no se estaba cambiando la base productiva. He echado de menos una voz de alerta en la etapa de vacas gordas. Ahora, seguro que muchos sí lo ven.
Los fuertes niveles de desigualdad, los abusos empresariales y patronales, la mercantilización de la educación, las grandes utilidades de las isapres, la banca y la Afp, versus la mala calidad de la salud, las precarias pensiones y el agobio de las pymes, ¿no ponen en tela de juicio el milagro chileno y no justifican promover reformas?
—Creo que en el mundo moderno los países no pueden estar sin hacer reformas. Deben hacerse continuamente. Pero tampoco dramaticemos en exceso. Prefiero grandes utilidades a grandes pérdidas como las que hemos visto en España. Cuando las hay, es el contribuyente el que debe acudir a rescatar a los bancos, lo que me parece muy injusto. El país se equivoca si cree que ha llegado la hora de bajar los brazos. Chile debe seguir apostando por el crecimiento. A mí no se me ocurriría cambiar ‘el milagro chileno’ por el fracaso de todos los miembros de la OCDE. Creo que el hundimiento del actual Gobierno se debe a que la gente ha percibido esto. Los chilenos solo están dispuestos a cambiar su actual situación por un milagro mejor y allí creo que juega un papel la política en la elaboración de una oferta que incluya a un ciudadano mejor y no un país de usuarios, que fue el modelo que se consolidó con Ricardo Lagos y que pienso que está en la raíz de muchos de nuestros actuales males.