La entrevista más larga de Antonio Skármeta, según Antonio Skármeta

En agosto de 2011 el periodista Fernando Donoso Astete entrevistó al escritor chileno Antonio Skármeta en lo que el multifacético artista reconoció como la entrevista más larga que le han hecho. “A diarios europeos les concedo quince minutos y nosotros estamos llegando a la hora y media. ¡Ya, nos vemos!”… dijo, y se levantó raudamente de su silla del café en Las Condes y se fue al trote hacia su casa. Hoy, a un día de su muerte, rememoramos esta extensa entrevista en la cual Skármeta habla de su vida en el exilio en Berlín, de sus obras literarias, de política y compara su juventud con la actual: «Me temo que los jóvenes de hoy son más moderados», sentenció.

Antonio Skármeta (Antofagasta, 1940) me sorprende: no llega a las 12 AM en punto al café donde quedamos de juntarnos para llevar a efecto una entrevista concertada con Enfoque hace un mes, prolongada debido a sus continuos viajes. Llega a las 12:02, agitado, casi corriendo. Llama la atención su vestimenta: buzo negro, jockey y zapatillas. Pero es evidente que su​ impronta deportiva no le retribuye aún. Cuenta que salió a correr en la mañana por su barrio en Santiago (en el sector Av. Las Condes con Av. Apoquindo), y se disculpa diciendo que unas llamadas telefónicas del extranjero lo ocuparon. No alcanzó a cambiarse. Por eso la pinta de deportista burgués y los minutos de retraso.

El multifacético artista —músico, profesor de Filosofía, actor, director, guionista, conferencista, conductor de TV, ex diplomático— se define en esta entrevista sólo como escritor, cuya función, sostiene, “es tener conversaciones con alguna sustancia”. Múltiples reconocimientos dan sustento a esta afirmación. Comenzó con el Premio Casa de las Américas 1968 por Desnudo en el Tejado, logró una docena de distinciones —El Altazor dos veces, incluso el galardón de la Unesco— y este año logró el IV Premio Iberoamericano de Narrativa Planeta – Casa de América, por su obra Los días del Arcoiris.

Skármeta no elude los temas contingentes, pero iniciamos la conversación hablando de su experiencia como embajador en Alemania, cargo que ejerció entre el 2000 y el 2003, durante el gobierno de Ricardo Lagos. Skármeta conocía bien a los alemanes. En 1973 se autoexilió en Berlín Occidental: “No quería vivir en Chile durante la dictadura. En ese tiempo existían dos Alemania: la comunista (RDA) y la República Federal Alemana (RFA). Y Berlín Occidental era parte de la RFA. Era una víscera democrática dentro de una república comunista, una ciudad que encontró su unidad natural e histórica, inicialmente dividida por un muro ignominioso que cayó con la rebelión de 1988, símbolo de la caída de los socialismos reales. Ahora es una gran capital. El tiempo que viví en Berlín Occidental, con el mismo carácter de ser una especie de emblema de la democracia dentro de un país que no lo era, fue para mí de mucho conocimiento cultural, de aprendizaje de un idioma y de ponerme al tanto de todas las vanguardias artísticas de la época. Haber logrado la unidad de Alemania, ya es un logro mayor».

«Mis libros están traducidos a muchos idiomas; se han adaptado al cine, a la ópera, al teatro, a distintos géneros. De alguna manera se puede decir que sí, que mi estilo ha sido comprendido y ha interesado».

¿Visitaba Berlín Oriental?
— Sí, con la comodidad que daba ir al otro lado sin tener que pedir permiso, aunque con una limitación: había que volver antes de medianoche. Eran visitas autorizadas por un máximo de veinticuatro horas. Esto creaba​ una situación muy divertida. A la gran población turca que había en Berlín Occidental, en su mayoría trabajadores, les gustaba mucho ir a Berlín Oriental porque les resultaba barata la entretención; se podían meter a un restaurante o salones de bailes donde había chicas alemanas guapísimas. Y ahí estaban en lo mejor de la fiesta, pero como la Cenicienta, tenían que estar mirando el reloj, porque si no estaban a las 23 horas en la frontera haciendo largas filas se podían quedar obligadamente en Berlín Oriental, recibir sanciones severas, multas, grandes, y quedar sin permiso para reingresar a la RDA. 

La vida era muy distinta en Berlín occidental.
— Claro, Berlín Occidental era el prototipo de una ciudad liberal, creativa, audaz, crítica, rebelde, y la RDA era el emblema de una ciudad obediente, una sociedad disciplinada, sin disidencia. Incluso era habitual que muchos escritores y cantantes que tenían opiniones críticas del régimen fueran expulsados, apresados o censurados. ¿Viste La Vida de los Otros?

¿Sigue Alemania cumpliendo el rol que menciona?
— El rol de Alemania dentro de Europa es esencial, sigue siendo el motor económico. Después de la gran tragedia de Alemania que originó la Segunda Guerra Mundial, el país regeneró exitosamente todas sus instituciones y consolidó una democracia muy sólida y eficaz. Mas aún, recibió dentro de la institucionalidad las corrientes más renovadoras, más críticas, más imaginativas. A modo de ejemplo, el Partido de los Verdes, que partió siendo un movimiento espontáneo, desorganizado y terminó estructurándose en un partido sólido, tan fuerte que llegó a ser gobierno, con los socialdemócratas. Aparte de eso, Alemania es un factor importante dentro de este proyecto tan amplio que es la Unión Europea. Y tiene una alianza muy fuerte con Francia, y ahí está como centro de la estabilidad internacional, que no queda entregada a la política norteamericana. Un caso muy emblemático durante el gobierno de Lagos: se discutía en el Consejo de Seguridad de la ONU si era necesario, oportuno y prudente o no, invadir a Irak. Y ahí Chile votó en contra junto con Alemania.

Alemania y Francia transformaron sus guerras en competencia y colaboración. ¿Qué define al pueblo germano?
— Su temperamento; hay un culto al trabajo, al orden, a la disciplina, y hay también una inteligencia contemporánea que entiende que para que un país sea fuerte y progrese tiene que tener las mejores relaciones con sus vecinos.

Cambiando de tema, ¿usted fue adherente al MAPU antes del golpe militar?
—  Sí, pero estamos hablando de huellas perdidas, eso fue hace cincuenta años. A mí me atraía del MAPU que era un partido muy joven de estudiantes, de intelectuales, y muy libertario; quería cambios profundos en la sociedad, pero renegaba de todo tipo de autoritarismos; entonces me parecía fascinante que entre los dos grandes partidos de izquierda, el socialista y el comunista, estructuras pesadas, surgiera esta visión efusiva, imaginativa, graciosa. Era un fenómeno que recogía la parte con más sensibilidad social de la Democracia Cristiana; recogía un tono hippie que había en el mundo, de fraternidad, de espontaneidad en las relaciones. Era un fenómeno cultural.

«La mejor edad desde el punto de vista profesional es ésta, con una obra traducida a tantos idiomas, llevada al cine, transformada en ópera; el hecho de que puedo vivir como un escritor independiente, que quise hacer desde niño».

Literatura y poesía


¿Cómo se las arregla para sobrellevar tantas disciplinas sobre sus hombros: músico, profesor de Filosofía, actor, director, guionista, escritor, conferencista y político?
— De una manera muy fácil, habiendo tomado ya hace mucho tiempo una sola opción: ser escritor. Y eso es lo que soy. A la vida del escritor pertenece escribir guiones de cine, escribir obras para la radio, escribir artículos, escribir ensayos, dar charlas y conversar con la prensa, y todo eso es parte de la literatura. Es decir, sosteniendo alguna conversación con alguna sustancia.

Recuerdo cuando leí su relato El ciclista del San Cristóbal. ¿Se propuso hacer poesía en algún momento en su cuento? Eso entendí en algunos monólogos del narrador que resultan en metáforas y alegorías.
— Lo que caracteriza mi literatura es que es muy adicta a la poesía. La poesía para mí es un modo de entender el mundo. Y entender el mundo a veces no consiste sólo en hacerlo racionalmente, sino que además con empatía y eróticamente, y de la poesía fluyen imágenes que nos incitan a mirar las cosas y el mundo y a pensarlo de otra manera. No es raro que en uno de mis primeros cuentos, como El Ciclista del San Cristóbal, la poesía aparezca una y otra vez como protagonista y como una fuerza motivadora de crecimiento espiritual de mis héroes. Esto lo puede usted ver en El cartero de Neruda y Ardiente Paciencia, y en El baile de la Victoria, donde la protagonista sufre un drama porque hace una interpretación emocional del poema de Jorge Manríquez, Coplas a la muerte de mi padre. Y ni hablar de mi última novela: Los días del Arcoíris, en que todos los que hacen la campaña para darle el No a Pinochet son poetas surrealistas. O sea, la poesía es la fuerza que anima mi literatura y creo que es la fuerza que anima la sociedad. El proyecto global de mi literatura es una fusión entre la espontaneidad de la vida y la gran cultura que nos ha dejado en herencia la humanidad.

¿Y lo ha logrado?
— Mis libros están traducidos a muchos idiomas; se han adaptado al cine, a la ópera, al teatro, a distintos géneros. De alguna manera se puede decir que sí, que mi estilo ha sido comprendido y ha interesado.

«Lo que caracteriza mi literatura es que es muy adicta a la poesía. Y la poesía para mí es un modo de entender el mundo, no sólo racionalmente, sino que además con empatía y eróticamente».

¿Cuál es su obra que más le gusta releer?
— Siempre es el último el que te tiene más energizado, porque es el del cual estás hablando, con el que te relacionas con la gente, el que discutes, el que es criticado, comentado, aquel con el cual viajas. Por ejemplo ahora, con Los días del Arcoiris estuve un mes entero viajando por distintos países; hice una campaña en Chile y fui a Argentina, a Colombia y Perú. Ahora, dentro de pocos días iré a Ecuador. También fui a España con el libro y lo presenté en Bilbao, en Madrid, en Barcelona, en Sevilla, en Granada, y en todas esas partes estuve en contacto con periodistas, con público. 

Usted dijo que el tema político no lo buscaba en sus escritos sino que llegaba inevitablemente. ¿Qué quiso decir exactamente?
—  Que la constitución de los hombres y de las mujeres es esencialmente su intimidad, sus anhelos, su personalidad, y la aplicación de cada ser humano es ser auténtico y crecer dentro de esa autenticidad. Pero esta vida no se hace en un páramo desierto sino en una sociedad llena de posibilidades, en un idioma, una tradición cultural, en una tensión política que, en el caso de Chile ni hablar. Es decir, en los últimos cincuenta años la historia de Chile es un tobogán. No es necesario escribir una novela política para que uno sepa que la política lo va a llamar a definiciones. Entonces uno respeta la autenticidad de sus héroes y antihéroes en un contexto, teñido por tensiones históricas, que no necesariamente tienen que ser políticas.

¿Cuál fue la influencia de Pablo Neruda sobre usted?
— La relación que tiene con los otros Neruda es la transformación poética del mundo para ofrecérsela a los lectores de una manera más excitante. Pero eso caracteriza a muchos otros poetas. Mi tendencia es también a tomar en cuenta elementos más actuales de las vanguardias poéticas; me gusta mucho la antipoesía, celebro la poesía minimalista. Le​ presto también mucha atención a los medios de comunicación, al cine, la música. De modo que Neruda es un poeta genial, pero también escucho muchas otras campanas.

«En los últimos cincuenta años la historia de Chile es un tobogán. No es necesario escribir una novela política para que uno sepa que la política lo va a llamar a definiciones».



¿Con qué se le hace más agua la boca, con un caldillo de congrio preparado por Neruda o por de Rokha?

— Yo creo que los dos son buenos, sólo que de Rokha se comería tres o cuatro de una sentada. Tenía muy buen apetito. Yo no conocí a de Rokha, pero me contaron que una vez que él había estado en una comida de campo en Curicó, que había durado ocho horas, en donde iban y venían patitas de chancho, arrollados huaso, asados, prietas, perniles, vino y fruta; cuando terminó el almuerzo, como a las 20 horas, Pablo de Rokha comentó: “Hemos comido y tomado más o menos”.

¿Y usted, tiene buen diente? ¿Es más como de Rokha o le gustan más las ensaladas, las sopas; se cuida, digamos?
— Yo creo que mi sola presencia lo dice todo. Comencé en mi temprana infancia, en Buenos Aires, atacando la pizzería de la esquina.

¿Cuál fue el último libro de autor chileno que usted compró?
— El último y me gustó mucho, porque sigo su poesía, y la leo con placer, es uno de Claudio Bertoni, que se llama Rápido antes de llorar. Él hace una procreación sencilla y profunda de la vida de barrio, de la pequeña soledad que hay en la gran metrópolis, y lo expresa de una manera original. Y en narrativa Bosque quemado de Roberto Brodsky, un retrato fascinante y sobriamente escrito de la destrucción que produce el Alzheimer.

¿Ha opacado un poco Ardiente Paciencia al resto de sus obras?
— No, esa es una visión absolutamente provinciana. Lea la lista de los libros más vendidos y va a ver que ahí está metido desde hace tiempo Los días del Arcoiris. Si usted revisa mi bibliografía podrá ver una obra así de gruesa, épica, como La boda del Poeta, que ha tenido uno de los premios más importantes europeos, y está traducida a muchísimas lenguas. No cometamos el error de medir la vida con la vara de nuestra pequeña provincia. Ardiente Paciencia es una obra extremadamente popular, pero El cartero de Neruda es mi obra más popular.

«Ardiente Paciencia es una obra extremadamente popular, pero El cartero de Neruda es mi obra más popular».


La política


En sus constantes viajes al extranjero, ¿le preguntan por el giro de la política chilena tras el triunfo de la derecha?
— No, porque desde hace mucho tiempo Chile ha establecido una imagen sólida de una democracia consolidada. Entonces todos los países donde hay una democracia cuentan con que la alternancia está dentro de las reglas del juego. El hecho de que la última Presidenta de la Concertación de centroizquierda, que gobernó muy exitosamente el país, salió con sobre un ochenta por ciento de aprobación en las encuestas, y que el candidato de la coalición fuera derrotado me parece sorprendente. Revela que la democracia es tan sólida que los chilenos se pueden permitir una extravagancia de este tipo, y es muy bueno que hagan la experiencia.

¿Cómo evalúa la nueva forma de gobernar?
—  ¿Es una pregunta seria o es en broma?

Seria.
—  Entonces se la voy a contestar en serio. Yo creo que el gobierno que hizo la Concertación de centroizquierda fue tan exitoso dentro del contexto de los gobiernos latinoamericanos, e incluso comparable a sociedades democráticas europeas, que es muy difícil apartarse de ese camino sin hacer daño a la evolución sólida y permanente que Chile ha tenido: su crecimiento, su estabilidad, su paz. La Concertación tuvo una gran debilidad en los aspectos comunicacionales. El gobierno de centroderecha ha sido especulativamente espectacular en el modo como ha encontrado vehículos de comunicación. En ese sentido no ha tenido la discreción, la modestia, el buen gusto que tuvo la Concertación de centroizquierda para proclamar sus logros. Al contrario, a cualquier gorrión que producen lo transforman rápidamente en un elefante con un bombo. Un ejemplo, para el período inicial del gobierno de Piñera, todos sus ministros andaban vestidos con una chaqueta roja justo en momentos en que Chile lograba, después de muchos años, una clasificación para un Mundial de fútbol. Son elementos de mal gusto, que afortunadamente abandonaron.

«Los gobiernos de la Concertación de centroizquierda fueron exitosos —comparable a sociedades democráticas europeas— que es muy difícil apartarse de ese camino sin hacer daño a la evolución sólida y permanente que Chile ha tenido: su crecimiento, su estabilidad, su paz».

¿Qué sintió cuando vio el estreno de la ópera Il Postino, con Plácido Domingo interpretando a Neruda?
—  Se me pusieron de punta los pocos pelos que tengo. El estreno mundial fue en Los Ángeles y asistí a una ovación prolongada de quince minutos. Fue un éxito de crítica y de público instantáneo. Plácido Domingo fue muy generoso de invitarme a participar de los aplausos finales.

¿Cuál es la fórmula para enfrentar la página en blanco: la inspiración o el trabajo duro y constante.
—  Esta pregunta me la habían hecho, así es que la tengo preparada. Lamento que no te suene espontáneo. Creo en la inspiración, pero me preocupo de estar inspirado todos los días a las 10 AM frente a mi computador.

¿A qué le teme? ¿A la nada, a la eternidad, a la soledad o a la vejez?
—  A todas. Usted me hizo un ramillete florido de opciones fatales. A la que más me cuesta acostumbrarme es a la edad. Provengo de una cultura rock, me gusta mucho la música popular, el cine, los viajes, la vinculación con la gente más joven; tengo una disposición comunicativa y alegre hacia el Universo. Soy profesor de Filosofía y he leído con mucha atención a los escépticos, a los estoicos, y sé que hay una escuela que te enseña a aceptar sabiamente la edad que vas teniendo y disfrutándola. No me cuento entre los militantes de ese grupo. En mi familia y entre mis amigos muchos están plenamente integrados anímicamente en la edad que tienen. Yo no, yo siento un desajuste que me preocupa; una cierta nostalgia insistente de juventud.

«Lo que más me cuesta acostumbrarme es a la edad. Provengo de una cultura rock, me gusta mucho la música popular, el cine, los viajes, la vinculación con la gente más joven; tengo una disposición comunicativa y alegre hacia el Universo».

La Juventud


¿Cuál fue la mejor etapa de su vida?
—  La mejor edad desde el punto de vista profesional es ésta, con una obra traducida a tantos idiomas, llevada al cine, transformada en ópera; el hecho de que puedo vivir como un escritor independiente, que quise hacer desde niño. El momento más feliz es cuando escribía mis primeros cuentos y andaba a la aventura recorriendo Estados Unidos y México sin dinero, sin nada publicado, nada más que con ansias de escribir, llenando papeles que no sabía qué sentido tenían. Esto ocurrió entre los diecinueve y los veintidós años. Yo abandonaba la universidad y me iba a viajar. Momentos muy plenos. Una historia de amor a esa edad, una noche de fraternidad, de afecto, una sopa caliente bajo la nieve de Nueva York, el aroma de las flores en un jardín de Virginia son situaciones muy penetrantes, de mucha felicidad. Incluso también la nostalgia de volver a casa. Es una intensidad que al escribir yo una y otra vez evoco y potenció en mi prosa.

¿Cómo financiaba esos viajes?
— De ninguna manera. Mis viajes a Estados Unidos los financiaba en un buque de carga. A lo largo de Estados Unidos, auto stop. Con unos amigos, con noventa dólares recorrimos todo el país, bajamos hasta Acapulco. Siempre había gente, una cama tibia, una comida, un trabajo esporádico. En Nueva York limpiar la nieve en invierno era bien rentable.

¿Cómo ve a la juventud?
— Hoy día podemos ver en Chile a los jóvenes marchando por​ sus derechos, por la educación, por la libertad sexual.

¿Siente que se está produciendo un cambio de fondo en la sociedad chilena o son las típicas reivindicaciones de los jóvenes?
— ¡Momento! En Los días del Arcoiris me he ocupado fundamentalmente de los jóvenes. Uno de los narradores es un chico de 18 años que se llama Nico, un estudiante secundario, que cuenta desde su perspectiva el momento que está viviendo la sociedad chilena. Los jóvenes en Chile, especialmente los estudiantes secundarios, han tenido siempre el talento de agitar la agenda de los políticos y del resto de la sociedad. Y lo han hecho con sus corazones puros, con la intensidad de sus ideales y con la claridad de sus razonamientos. Y yo he visto a la prensa reaccionaria cómo intenta degradar la imagen de lo que están haciendo. Estos jóvenes aciertan plenamente en su actividad. Y las pretensiones y posiciones que tienen son muy claras. Ahora, yo tengo sobre esas posiciones ideas bastante más radicales que las de los estudiantes, pero como son tan utópicas no lo voy a entretener con eso.

«Si no se presta una atención armónica al arte, a la vida espiritual, a las ansias de justicia, Chile va a hacia un camino estable en su mediocridad».

Si usted fuera joven ¿estaría ahora en la calle?
— Me temo que los jóvenes de hoy son más moderados.

¿Hacia dónde cree que marcha Chile?
— Si no se presta una atención armónica al arte, a la vida espiritual, a las ansias de justicia, este país va a hacia un camino estable en su mediocridad. Si se hace una reforma educacional, si se respeta al arte, si se venera la imaginación, si se cuida a la gente vulnerable y a los desposeídos, si se le da alma a todo esto que ha sido un asunto de compra y venta, de producir y consumir, Chile puede llegar a ser un gran país porque tiene la base, tiene un muy buen pie para iniciar una aventura mayor.

¿Qué cree que va a pasar el 21 de diciembre de 2012?
— Caramba, voy a tener que llenar mi bodega de Marqués de Casa Concha.

¿Cree que la vida es bella o es una mierda?
— Usted es muy partidario de hacer lo que Cortázar llamaba preguntas dicotómicas, esto o lo otro. Como señalan en la estúpida PSU, que habría que sacarla pero ya, volando, porque es la mejor manera de evitar la sensibilidad y el pensamiento de los estudiantes. Todas las respuestas son correctas.

A pesar del tiempo conversando, Antonio Skármeta aceptó un café más y me confesó que no recordaba una entrevista tan larga: “A diarios europeos les concedo máximo quince minutos y nosotros estamos llegando a la hora y media. ¡Ya, nos vemos!”… y se fue corriendo.

Acerca del Autor /

Periodista de la Universidad de Chile, egresado del magíster de Comunicación Empresarial de la Universidad Diego Portales (UDP).

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