Puelo Mágico
Hay viajes que uno quisiera no terminaran nunca. La cuenca del Río Puelo en la comuna de Cochamó es un buen ejemplo. Un lugar mágico en el que desaparece el estrés para entrar en ese reino de tranquilidad y de profundo contacto humano. Esa fusión es la principal motivación para regresar lo antes posible.
Una pequeña lancha navega sigilosamente por el espejo de agua color turquesa del lago Tagua Tagua. De fondo, verdes cañadones de bosques son cortados por cristalinas cascadas de agua. La escena solo la contemplamos tres personas desde el pequeño muelle de madera del Mítico Puelo Lodge (www.miticopuelo.com). Y no hay más testigos para ver tanta belleza. Es fines de marzo, y a pesar del hermoso día, son pocos los turistas que se animan a vivir una experiencia tan sobrecogedora como real en el valle del Río Puelo, que parece lejano, pero está literalmente a la vuelta de la esquina. Desde Puerto Varas o Puerto Montt bastan tres horas de viaje en automóvil para llegar a uno de los lugares más vírgenes y despoblados de la Región de Los Lagos.
Nuestra estadía la hicimos en el Mítico Puelo, un hotel que nació como un lodge de pesca a principio de la década de los ´90 y que hoy ha diversificado su oferta al incorporar la conservación y la investigación científica gracias a la creación del Parque Tagua Tagua, (www.parquetaguatagua.cl) una reserva privada de más de 3 mil hectáreas de bosque nativo, administrada por la empresa Miralejos, que también gerencia el hotel y servicios de ecoturismo.
La reserva está poblada por alerces milenarios y sus montañas cobijan dos lagunas cordilleranas rodeadas de inmensos paredones de roca que se presentan como una excelente posibilidad de escalada para los amantes del montañismo. En su interior hay dos refugios y 13 kilómetros de senderos construidos por lugareños. Uno de ellos, Manuel Melipillán —nuestro guía— aprovecha de relatarnos su historia, llena de sacrificios y desventuras. Su relato evidencia que la vida humana en los primeros años de colonización del valle fue de un sufrimiento feroz. La naturaleza salvaje y las condiciones de trabajo imponían sus términos y condiciones. Y Manuel, que vivió parte de su infancia en estas inhóspitas montañas, las experimentó en sangre propia. Aun así, nunca se dejó doblegar. Encontró su oportunidad en el Hotel Mítico y le enseñó este lugar a sus actuales propietarios, quienes con su ayuda comenzaron a abrir senderos para acceder a su cuenca terminal. Finalmente el hotel concesionó la reserva al Estado para realizar un proyecto con fines científicos y turísticos. Ese día no pudimos llegar hasta el límite del parque, pero nos prometimos con Rodrigo Condezza, gerente del hotel, hacerlo en una nueva oportunidad. “Cuando las montañas reciban las primeras nevazones y el bosque se llene de hongos”, me dice.
LOS VECINOS DEL TAGUA TAGUA
El lago Tagua Tagua debe su nombre a la antigua presencia del ave llamada Tagua por los antiguos indígenas Poya que habitaron esta zona. Los poya o tehuelches del norte se internaron a estos lugares desde Argentina a través de los pasos y valles cordilleranos persiguiendo guanacos y recolectando frutos. Cinco mil años después la caza no termina. Pero esta vez ya no es por necesidad sino por mera entretención. Tuka Castillo, un carismático y entusiasta empresario, hijo de colonos, nos sorprende con su oferta: la caza del jabalí. Introducido desde Europa, el jabalí se ha adaptado perfectamente por prácticamente todo el sur de Chile, donde se aprecia tanto por su exquisita carne, como por el desafío que conlleva el rastreo y caza. Debido a que es una especie exótica que se alimenta de la flora local no está protegida y Tuka ha aprovechado muy bien la masiva presencia de este puerco salvaje por sus tierras. Tanto así que a la pequeña isla fluvial donde asentó sus raíces y construyó un pequeño lodge, la bautizó como Isla Jabalí (www.islajabali.cl).
Con 30 años de experiencia, Alejandro Castillo, es el heredero más moderno de los antiguos tehuelches. Premunidos de especializados arcos y vestidos de camuflaje, los huéspedes del lodge salen de madrugada a un safari tan adrenalínico como innecesario, a ojos de animalistas y vegetarianos. Todo termina con la bestia muerta de un poderoso flechazo en los pulmones y su carne convertida en un exquisito asado. “Eso sí, no dejamos ningún animal muerto en el bosque. Nos preocupamos de no dejar sucio el lugar”, me comenta Tuca, segundos antes de apuntar a un jabalí de goma que usa para adiestrar a los novatos.
Si bien esta es una actividad que se puede realizar durante todo el año, nuestro amigo solo las ofrece a grupos muy reducidos cuando se restringe la temporada de pesca, que es el principal giro de la Isla Jabalí. La pesca deportiva de truchas y la caza de jabalí “no son compatibles”, asegura Tuka que sabe como nadie que la zona es un paraíso para pescadores de fly fishing. Aquí la abundancia de pesca es tal que las capturas pueden ser tres veces superiores a otras zonas del valle. En el área se pesca principalmente salmones chinook, cohos y las hermosas truchas fario. Desde el lodge también se puede acceder a numerosos ríos y lagunas para la práctica del kayaking.
Dejamos a Tuka y nos volvemos a subir a la pequeña y veloz lancha del Mítico Puelo Lodge para visitar a otro personaje entrañable. Es Jaime Fernández, un hombre con pinta de conquistador español, dueño del Barraco Lodge (www.barracolodge.com). Amable y hospitalario, Jaime nos abre la puerta de su hermosa casa que originalmente perteneció a un lonko de la zona, y que junto a la ayuda de su esposa Marcela Becerra, convirtió en un acogedor lodge. Entre las novedades de su oferta está el servicio de vuelos turísticos y comerciales en helicóptero. Tiene dos: un Robinson 44 para 3 pasajeros y un flamante Eurocopter para 5 pasajeros. La flota la completa un pequeño avión Cessna para 10 pasajeros. Antes de llegar a este lugar, Jaime Hernández ya era un avezado piloto y próspero empresario santiaguino. Lentamente ha ido dejando el tráfago de la gran ciudad por la calma del campo. Y en ese proceso también ha cambiado su forma de ver algunas cosas. Como la mayoría de las personas con las cuales conversamos, Jaime es hoy un amante de la naturaleza y un tenaz opositor a la construcción de la Central de Pasada que pretende construir en el río Manso la empresa Mediterráneo S.A. “Sería un golpe fuerte para quienes nos dedicamos e invertimos en turismo. Las torres son una contaminación visual que afectará para siempre este lugar. Es una visión equivocada de desarrollo”, dice. “¿Antes pensabas igual?”, le pregunto. “No, no tenía conciencia de la magnitud del problema. No estaba aquí para dimensionarlo”, responde.
PUELO SIN TORRES
A menudo Jaime sobrevuela la zona y desde las alturas ha visto la huella inequívoca del futuro trazado de las torres de alta tensión: árboles talados desde la futura central hacia la sala de máquinas. “Esto lo están haciendo sin contar con la aprobación del Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental”, se queja. El problema principal no es la central misma, sino las torres de alta tensión que conducen la electricidad que pasarán “por el corazón del valle”, dice Rodrigo Condezza, gerente de Mítico Puelo Lodge y agrega: “le hemos pedido a los socios de la empresa que consideren un trazado por una zona que no generará ningún impacto al turismo, pero no lo han considerado. Quieren la opción más barata, sin importarle el daño que le provocarán a otras personas. Será un punto sin retorno”.
Dejamos por un rato la conversación y Jaime nos invita a compartir una cena en su quincho junto a Rodrigo Condezza y su colaborador el piloto español Carles Moyano quien alucina con la magnitud de la naturaleza de Puelo. “En España no hay nada que se le parezca”, afirma. Fernández nos cuenta de los múltiples servicios y actividades que ofrece Barraco Lodge: “Podemos explorar la zona a pie o en vehículos, remontar sus ríos en kayak, en botes de goma o en una lancha chilota, esquiar volcanes en los que nadie ha esquiado, volar en helicóptero o en avión y también podemos hacer absolutamente nada, además de disfrutar lo que nos rodea, de nuestra comida casera y nuestra hospitalidad”, dice reflejando en su rostro la felicidad que le provoca este lugar. Su único lamento es “no haber hecho esto antes”, nos confiesa.
DE LLANADAS Y CORRALES
El valle del río Puelo ha recibido lenta, pero constantemente la presencia de inmigrantes, en su mayoría chilenos que se vieron obligados a entrar desde Argentina y otros por su propia voluntad que se asentaron en esta dura pero fascinante geografía.
Los sucesivos movimientos migratorios desde el sur de Chile y desde El Bolsón en Argentina han ido dando forma a un estilo de vida transcordillerano caracterizado por la alta circulación fronteriza y el esfuerzo de sus habitantes que conjugan elementos socioculturales propios de la vida del campo chileno, de la cultura mapuche, de la cultura gaucha argentina y de los colonos e hijos de inmigrantes europeos de Argentina y Chile.
Junto a Vicente Fernández, guía del Mítico Puelo, recorremos en vehículo, en lanchas y algunos tramos de a pie el valle del río Puelo desde Punta Canelo hasta el límite fronterizo con Argentina. La travesía —que nos tomará menos de un día— los antiguos colonos la hacían en una o dos semanas; algunos incluso pagaron con su vida el largo trayecto. Hoy ya nadie se muere por falta de atención médica, las condiciones han cambiado, casi siempre, para mejor. Hay caminos, transporte, comunicación satelital y la precaria red asistencial de salud chilena se suple con el eficiente y siempre generoso sistema de salud argentino. A pesar de estos cambios en la calidad de vida de la mayoría de los habitantes de la zona, Vicente nos cuenta que aún existen pequeñas comunidades, sobre todo en la parte alta de la cordillera que viven en casi total abandono. Sin luz, ni agua potable y sin caminos que los conecte a territorio chileno.
32 kilómetros de camino de ripio y llegamos a Llanada Grande. Este es el último pueblo donde se puede encontrar almacén y teléfono antes de llegar a Primer y Segundo Corral. Nuestro trayecto en vehículo termina en el sector de Mapocho Bajo en el Lago Totoral. Luego caminamos un sendero de 3,5 kilómetros hasta la punta norte del Lago Azul, el que cruzamos en veinte minutos en un bote con motor fuera de borda. Llegamos a una playa y tenemos que pedir permiso a Miroslava Egger para pasar por su propiedad hacia el Lago Las Rocas a la altura de Primer Corral. Vicente se conoce el camino al dedillo. Su comunicación por radio con los boteros es esencial para que todo el trayecto se haga sin imponderables y en el menor tiempo posible.
“Mosquito, Mosquito aquí en Puerto de Palos con turistas”. Del otro lado nos escucha un joven y sonriente lugareño dueño de una flamante lancha cuyo aspecto no deja indiferente a nadie. El joven trabaja trasladando turistas y pobladores en el Lago Las Rocas desde hace dos temporadas y me confiesa en un día bueno se puede hacer más de 100 mil pesos. A pesar de que muchos jóvenes emigran a la ciudad, él no piensa igual. Está feliz con su estilo de vida y tiene planes junto a su hermano de construir una cabaña. “Acá se gana más plata y nadie me manda”, dice mientras nos lleva a la Isla Bandurrias donde vive otro personaje digna para una novela: Francoise Dutheil.
Francoise me recibe como si fuéramos viejos amigos sin vernos desde hace un tiempo. Se recordaba de un reportaje que publicamos en la revista hace ya más de siete años. No nos conocíamos en persona, pero ambos sabíamos la existencia del uno con el otro. De origen francés y proveniente de Argentina —Buenos Aires, primero, y El Bolsón, después—, Francoise encontró hace 25 años en el Lago Las Rocas su pequeño paraíso. Sola, a pie y sin un plan fijo, salvo el de vivir una nueva vida, esta hija de médico francés avecindado en Argentina, compró primero un campo “a un precio descabelladamente bajo” y luego la pequeña isla fluvial donde construyó su casa y más tarde una cabaña para acoger a turistas que buscan el placer que les da la paz de estar en contacto directo con la naturaleza. Hoy, a los 67 años, Francoise disfruta de su locura juvenil. Su rostro irradia felicidad. El día que la visitamos atendía a una turista francesa, una escritora y profesora de la Universidad de La Sorbonne que la visitaba por tercera vez. “Vengo porque me encanta estar al lado de Francoise y disfrutar de este hermoso lugar”, me dice y nos confiesa que conoce Chile de norte a sur al que califica como “un país extremo”.
Francoise nos invita a un té en su casa y nos cuenta que su hija Catherine se encarga de todo lo relacionado con los turistas a través de la agencia Opentravel. Me muestra orgullosa un libro de fotos de las expediciones a caballo que realizan por la zona, las que incluyen Argentina, y me confiesa que cada día se le hace más difícil salir de su casa aun cuando espera cumplir su sueño de viajar a Francia para reunirse con sus viejos amigos que la esperan con los brazos abiertos. Podría quedarme un día entero conversando y aprendiendo de las historias de una mujer tan fascinante como encantadora, pero tenemos que marcharnos hacia el Paso Internacional El Bolsón.
En el Retén de Paso El Bolsón nos encontramos con el Suboficial de Carabineros Víctor Reyes y el cabo Manuel Curimilla. Nos explican su abnegada labor que incluye funciones aduaneras, migratorias y fitozoosanitarias. El Paso El Bolsón —también conocido como Paso Río Puelo— es un paso fronterizo fluvial con Argentina. Como el Retén está en una altura hay que bajar hacia el Lago Inferior aproximadamente 20 minutos hasta embarcarse en la “Lancha Internacional” que nos lleva hasta el lago Puelo donde está la aduana y el paso fronterizo argentino. Punto final de nuestra aventura.
DE REGRESO POR EL ESTUARIO
Para regresar a Puerto Montt o Puerto Varas una opción es tomar la Ruta que conecta la localidad de Río Puelo con la Carretera Austral y Caleta Puelche. En el trayecto se pueden visitar diferentes emprendimientos turísticos como la empresa Andes Patagonia, que ofrece atractivas expediciones al estuario del Reloncaví como paseos en kayak de mar con dirección al poblado de Cochamó las que ofrecen hermosas vistas al volcán Yate y la imponente cordillera de los Andes. Con algo de suerte se pueden tener encuentros con lobos marinos, delfines australes y la abundante avifauna del lugar.
De propiedad de Víctor Vaccaro, la empresa, además, ofrece alojamiento en tres exclusivos domos que cuentan con combustión lenta, piso de madera vitrificado, y una estructura metálica liviana y segura cubierta con una lona especial impermeable. Coca, la esposa de Víctor, administra el restaurante El Tique y nos ofrece un generoso plato de estofado de pollo preparado con productos de la zona, muy original y por supuesto elaborado con el cariño de la gente del sur, lo que convierte nuestra visita al valle del Río Puelo en una aventura inolvidable.