Cambio climático: los desafíos de las costas de Chile

Cada vez más seguido y con más fuerza las costas de Chile se ven enfrentadas a temporales, marejadas, tsunamis, aluviones, aumento del nivel del mar, acidificación de los océanos y condiciones climáticas extremas. ¿Qué responsabilidad le cabe al cambio climático de todos estos fenómenos? ¿Qué futuro le deparan a nuestras playas y ciudades costeras? ¿Estamos preparados para el peor escenario? Científicos chilenos responden.


Los 6 435 kilómetros de costa de Chile tienen una larga historia de desastres naturales. Por su condición geológica y cualidades tectónicas, los terremotos y tsunamis han sido una constante en toda la historia del país. Pero por su geografía y variedad de climas, el litoral chileno también está expuesto a temporales, marejadas, aluviones y eventos climatológicos extremos provocados por los fenómenos de El Niño y La Niña.

Como si esto no fuera suficiente, en las últimas décadas, una nueva amenaza —más lenta y silenciosa, pero no menos catastrófica— se cierne por nuestras costas: el aumento del nivel del mar; inducido por el aumento de la temperatura de los mares, como efecto del cambio climático.

Los expertos aseguran que un aumento del nivel medio del mar, más una combinación de fenómenos naturales extremos sumado a malas decisiones humanas, pueden tener consecuencias devastadoras a lo largo del litoral chileno. Inundaciones de bordes costeros, humedales y suelos agrícolas; daños de gran magnitud en infraestructura portuaria y urbana; retrocesos, pérdidas y erosión de playas; levantamientos y hundimientos de la costa; muerte de peces, pájaros, plantas y vidas humanas, son algunas de las consecuencias asociadas a estos fenómenos.

Temporales, marejadas, tsunamis, aluviones, aumento del nivel del mar, El Niño y La Niña. Todos estos fenómenos están presentes e interactúan permanentemente a lo largo del litoral chileno. No todos están relacionados con el cambio climático. No obstante, cuando se producen alteraciones meteorológicas tan notables y persistentes como las que han afectados las costas de Chile durante los últimos años todas las sospechas se dirigen hacia el cambio climático.

Consultamos a científicos e investigadores chilenos las causas y las tendencias de estos fenómenos, a fin de responder y predecir sus efectos.

Temporales, marejadas, tsunamis, aluviones, aumento del nivel del mar, El Niño y La Niña. Todos estos fenómenos están presentes e interactúan permanentemente a lo largo del litoral chileno. No todos están relacionados con el cambio climático. No obstante, cuando se producen alteraciones meteorológicas tan notables y persistentes como las que han afectados las costas de Chile durante los últimos años todas las sospechas se dirigen hacia el cambio climático».

LAS MAREJADAS

En los últimos años los «visitantes» que desnudaron la escasa planificación urbana de las zonas costeras han sido las marejadas. Generadas por violentas ráfagas de vientos, grandes olas —algunas de ellas superiores a 5 metros de altura— rompen con inusitada fuerza las costas de Chile, destruyendo obras marítimas e infraestructura urbana, erosionando playas y obligando a las autoridades al cierre de balnearios y puertos a fin de evitar la pérdida de vidas humanas.

Desde el punto de vista oceanográfico, las marejadas es el oleaje que se manifiesta en las zonas costeras como consecuencia de las perturbaciones del nivel del mar generadas en otro lugar del océano por efecto del viento. En Chile, la mayor cantidad de eventos de este tipo ocurren entre mayo y agosto, alcanzando su máximo en junio. No las originan ni el cambio climático ni El Niño, pero ambos fenómenos pueden intensificar su fuerza y alargar la temporada.

Según el registro de desastres naturales mundiales que lleva la Universidad Católica de Lovaina, en Chile han ocurrido 102 desastres naturales de importancia desde 1900 al año 2014. Entre ellos figuran 14 temporales que han sido capaces de provocar 267 víctimas fatales y se han visto afectadas más de 500 mil personas. De esta forma, los temporales —en los cuales se incluyen las marejadas— se posicionan como el tercer desastre natural más dañino, por sobre los incendios forestales, la actividad volcánica, los deslizamiento de tierras, las sequía y los sucesos de temperatura extrema.

Visitamos en Valparaíso a Patricio Winckler, profesor de la carrera de Ingeniería Oceánica de la Universidad de Valparaíso, quien lidera un equipo de investigadores que a través de estudios de campo y técnicas de modelado avanzado de oleaje, mareas y corrientes estudia el impacto de estos fenómenos en ciudades, playas y, en forma general, en todo el territorio costero. El profesional, reconoce que las últimas marejadas que han azotado Viña del Mar, La Serena y otras ciudades del centro norte de Chile “evidentemente han tenido una persistencia y han generado un daño mayor a lo normal”. Sin embargo es cauto al afirmar que esta tendencia esté directamente relacionada con el cambio climático, “no lo podemos demostrar, no podemos establecer una relación causal, lo que si hay evidencia es que como fue un año Niño, los años Niños cambian las dinámicas del viento en el Pacífico y alteran los parámetros del oleaje; y con olas más grandes este mecanismo se exacerba”.

Winckler se para a menudo de su asiento para dibujar esquemas en una pizarra y explicar cómo actúan y cómo se relacionan las marejadas con el borde costero. Dice que así como hay que considerar que estos eventos no son mecánicos o invariables, debido a que la atmósfera y los océanos son fluidos caóticos, también es importante tener en consideración que los temporales se comportan diferente dependiendo de la época del año. “Los de invierno, como los sucedidos en agosto del 2015, son de generación local; en cambio las marejadas ocurridas el verano de 2016 fueron provocadas por temporales que están ocurriendo en el hemisferio norte”. ¿Y qué las diferencia?: “Las olas. Las olas de verano son largas y las de invierno son más cortas, pero más altas. Las de invierno son más dañinas para las estructuras costeras, pero las de verano al ser más largas tienen la capacidad de sobrepasar e incluso penetrar por debajo de la superficie”.

infografia de las costas de Chile
Infografía: Marisa Polenta

AUMENTO DEL NIVEL DEL MAR

El panorama es más sombrío si además de la mayor frecuencia de marejadas y tsunamis, aumenta el nivel del mar. Las miradas de las autoridades, científicos, los medios de comunicación y los veraneantes se dirigen hacia el futuro de las playas. La preocupación no es infundada; en los últimos 100 años, cerca del 70 % de las playas del mundo han retrocedido, entre un 20 y 30 % se han estabilizado y solo un 10 % han aumentado su tamaño. El problema es que en regiones donde el aumento del nivel medio del mar sea significativo se amplificará la tasa de erosión de las playas y, a su vez, se iniciará un proceso erosivo en playas estables.

Según datos del Grupo de Evaluación del Clima, si las aguas se calientan y se derriten los hielos polares el nivel de los océanos podría aumentar 60 centímetros para 2060. Hacia el 2100, los mares podrían aumentar su nivel hasta dos metros. Esto dejaría bajo al agua zonas urbanas de grandes ciudades como Miami, Buenos Aires, Tokio o Bombay y zonas bajas como Bangladesh, Vietnam, los Países Bajos y algunas islas del Pacífico.

“Afortunadamente en Chile, debido principalmente a nuestra condición tectónica marcada por terrazas costeras y altas pendientes, los efectos del aumento del nivel del mar serán menores que en lugares bajos”, dice Patricio Winckler, tomando como referencia mediciones mareográficas realizadas por el Servicio Hidrográfico de la Armada (SHOA), cuyas conclusiones, si bien confirman que la variación del nivel medio del mar a lo largo del litoral no es homogénea —en Isla de Pascua, por ejemplo, se presentan aumentos relativos a la costa de hasta 0.32 (cm/año) y en Arica se observan disminuciones de -0.14 (cm/año)-—, las costas chilenas no son una excepción y hay zonas que corren riesgos ante la elevación del océano Pacífico. Winckler las enumera: “el lago Budi y el estuario del río Valdivia, donde la influencia oceánica penetra al continente, son lugares donde el efecto puede ser relevante. Las playas de ciudades como La Serena, Viña del Mar e Iloca podrían experimentar episodios críticos de aquí a fin de siglo”, vaticina.

Quien también visualiza a Valdivia como una ciudad altamente vulnerable es el Dr. Eduardo Jaramillo, docente de la Universidad Austral de Chile y experto en ecosistemas marítimos,

“La eventual ocurrencia de un terremoto superior a 8 acompañado de una susbsidencia continental, puede generar hundimientos cercanos al nivel del agua de los humedales ubicados el norte y sur de la ciudad y por ende el aislamiento de la ciudad”, dice el investigador, que amplía su mal diagnóstico a “todas las ciudades costeras con urbanización extrema que tengan costaneras y defensas costeras instaladas sobre los niveles superiores y medios de las playas o sobre su dunas”.

Jaramillo advierte que en el caso de Iquique, La Serena, Coquimbo, Viña del Mar y Concón “no se ha evaluado el rol del aumento gradual del nivel del mar y la mayor frecuencia de marejadas”.

El profesor Eduardo Jaramillo (en la foto) investiga como un detective los cambios que experimentan la fauna y la flora marina en el litoral chileno. Sus investigaciones han evidenciado importantes cambios en la fisonomía costera de estos territorios influenciado en gran medida por los sistemas de defensas costeras artificiales como muros, diques y revestimientos rocosos.
 

EROSION Y REDUCCIÓN DE PLAYAS

Las playas no solo son buenas para el turismo. Por su naturaleza son el mejor sistema de defensas costeras, y si estas reducen su nivel de arenas, se incrementará el poder erosivo de las olas, de manera tal que la pérdida de arena disminuye la capacidad de defensa de las costas y puede producir un efecto equivalente a un aumento del nivel del mar.

Y esto es lo que parece está sucediendo en Viña del Mar con el estero Marga Marga que ahora se encuentra embancado. “La arena de que goza Viña del Mar se debe en gran parte al aporte del estero. Por eso preocupa la extracción de áridos y la intervención constante de este afluente. Además el proyecto Margamar, que considera la construcción de una marina en su desembocadura, no ha ofrecido una solución satisfactoria al aporte sedimentario en las playas. Creo que las autoridades no tienen conciencia de ese problema”, nos dice el ingeniero civil oceánico de la Universidad de Valparaíso, Mauricio Molina, quien ha monitoreado el comportamiento de las arenas en diferentes balnearios del litoral central y según sus registros “las marejadas de agosto de 2015 produjeron en promedio una disminución vertical de 3 metros de arena de las playas. En términos horizontales, los retrocesos registrados anduvieron en el orden de los 10 a 30 metros”. No obstante, Molina aclara que es el mismo oleaje el que se encarga de devolver la arena a las playas y recuperar la superficie dañada, incluso un tsunami puede apurar ese proceso como ocurrió en 2015 con las playas de Avenida del Mar en La Serena, afectadas meses antes por fuertes temporales. Las autoridades locales estimaban que la recuperación de los socavones provocados por las marejadas de agosto de 2015 demorarían cinco años, pero el tsunami devolvió la arena mucho antes de lo esperado.

El Dr. Eduardo Jaramillo coincide con Molina y agrega a las dunas como las mejores defensas naturales contra los tsunamis y las marejadas. Sin embargo, el experto se muestra crítico con las autoridades “que han cedido a la presión inmobiliaria obviando el impacto que pueden traer a las ciudades el que desaparezcan las dunas y las playas”. Jaramillo advierte que en el caso de La Serena y Coquimbo, el Gobierno gestionó la reconstrucción de las zonas afectadas por las marejadas y el tsunami de agosto y septiembre del 2015, respectivamente “en los mismos niveles de antes del tsunami; más aún, muchas nuevas construcciones sociales están sobre las dunas y sus plantas”, explica el académico, y enfatiza que en el caso de las dunas “los senderos ocupados por la gente en las bajadas de playa actuaron como corredores para las aguas de marejadas y tsunamis. Al no haber plantas, el servicio ecosistémico de atenuadores de energía de olas y mareas simplemente desapareció”.

El profesor Jaramillo investiga como un detective los cambios que experimentan la fauna y la flora marina en el litoral chileno. Permanentemente se moviliza junto a sus colaboradores a zonas afectadas por terremotos, tsunamis, marejadas y erupciones volcánicas, días o semanas después de que estas han ocurrido. Sus investigaciones han evidenciado importantes cambios en la fisonomía costera de estos territorios influenciado en gran medida por los sistemas de defensas costeras artificiales como muros, diques y revestimientos rocosos.

Como en Chile no existen criterios o metodologías estandarizadas para el establecimiento de los niveles de inundación por marejadas o tsunamis las defensas artificiales pueden ser incluso un remedio peor que la enfermedad. En efecto, en enero de 2010 luego de visitar las regiones de Maule y Biobío con el objetivo de evaluar el efecto de las defensas costeras artificiales sobre la estructura física y macrofauna intermareal de las playas arenosas, Jaramillo y su equipo constataron que “la construcción de tales estructuras originaron un aumento en la frecuencia con que las olas interactúan con la línea de costa y redujeron el hábitat costero ocupado por una fauna de invertebrados bentónicos que habitaban los niveles superiores”. Razón por la cual, los investigadores recomiendan localizar las defensas costeras artificiales más arriba del nivel de la marea alta para que estas reaccionen de manera óptima y además no afecten la biodiversidad costera.

En el caso del tsunami de 2015, ocurrido en La Serena y Coquimbo, el diagnóstico de los expertos tampoco fue auspicioso: “Las autoridades no evaluaron correctamente el rol del aumento gradual del nivel del mar y la mayor frecuencia de marejadas con la consecuente erosión de arena exacerbada por la construcción de defensas costeras artificiales y la destrucción del sistema natural de dunas”.

En la actualidad el Ministerio de Obras Públicas trabaja con asesores japoneses, junto a expertos de la Municipalidad de Viña del Mar en el diseño de nuevas defensas costeras que pueden resistir el creciente fenómeno de marejadas que se han registrado en los últimos años en la ciudad jardín

SISTEMAS DE DEFENSAS COSTERAS

Los sistemas de defensas costeras están siendo sometidos a situaciones extremas en distintas lugares del litoral chileno. En los próximos años estas protecciones cobrarán especial importancia, a medida que el ascenso del nivel del mar se siga acelerando y los temporales y marejadas aumenten en intensidad. Esto representará un reto para el Estado de Chile, dado que los diques y rompeolas son por lo general costosos de construir y en nuestro país la ingeniería marítima es una disciplina reciente, con pocos profesionales capacitados para hacer proyectos considerando la mayor intensidad de desastres naturales.

Por esta razón Patricio Winckler, quien también tiene un Máster en Ingeniería de Puertos y Costas y participa junto a otros científicos en la elaboración de un mapa de oleaje para Chile, cree importante que el país disponga de un registro permanente del clima de las olas que arriban a nuestras costas y se validen los escasos modelos de predicción de oleaje disponibles para lugares puntuales en nuestras costas, debido a que no todas las zonas son afectadas de la misma manera. “En ciertos bordes costeros puedes decir aquí se puede hacer tal cosa y aquí no. Es básico saber que el litoral costero tiene matices”.

En la actualidad el Ministerio de Obras Públicas trabaja con asesores japoneses, junto a expertos de la Municipalidad de Viña del Mar en el diseño de nuevas defensas costeras que pueden resistir el creciente fenómeno de marejadas que se han registrado en los últimos años en la ciudad jardín. Al respecto, el ingeniero civil oceánico de la Universidad de Valparaíso, Mauricio Molina, es partidario de que estas defensas “no se construyan tan cerca del mar, ni sean murallones, porque el mar golpea con fuerza, y se recoge arrastrando mayor cantidad de arena. Esto produce el socavamiento de las defensas y su posterior colapso”, asegura. En esto parece coincidir el director de Operaciones y Servicios de la Municipalidad de Viña del Mar, Patricio Moya, quien adelantó que las soluciones que se están planteando “no serán muros altos, pero sí más profundos, similares a los que se construyeron en Dichato, zona arrasada por el tsunami de 2010”.

Sin embargo, los expertos coinciden que en Chile se siguen construyendo estructuras costeras sólidas porque protegen costosas propiedades e infraestructuras, pero usualmente desplazan el problema corriente abajo o a otras partes de la costa. De ahí que las soluciones blandas, como las regeneraciones de playas, la instalación de ciclovías y paseos costeros, son las más recomendables de instalar en zonas vulnerables y las edificaciones importantes, como hospitales, industrias, jardines infantiles, entre otros, se debieran emplazar en zonas seguras. “Esta alternativa es la óptima desde mi punto de vista, pero tiene complejidades de implementación en ciudades ya asentadas o en sectores donde la presión por el desarrollo inmobiliario es evidente”, dice Patricio Winckler, para quien el uso de “obras duras” es aceptable en zonas portuarias donde su inversión trae aparejado un beneficio económico que lo justifique.

¿Qué podemos hacer? Junto con reducir nuestro consumo y generar más conocimiento es necesario implementar una política nacional destinada a proteger, mantener y restablecer la salud de los ecosistemas marinos; tres pasos esenciales para prevenir los efectos de la intensificación de fenómenos que asedian la costa y los recursos marinos de nuestro país y el planeta.

A medida que aumenta la acidificación de los océanos, los moluscos, corales, estrellas de mar, erizos, están particularmente afectados, en cambio algunas algas y fitoplancton pueden beneficiarse, provocando los temido blooms de algas o mareas rojas.

ACIDIFICACIÓN DE LOS OCÉANOS

La acidificación de los océanos y el cambio climático está generando grandes desastres en la industria de cultivos acuícolas y los ecosistemas marinos. Existe suficiente evidencia científica que demuestra que la quema de petróleo, carbón o gas, transforma rápidamente la química básica de los océanos, lo que hace que el agua sea más ácida y tenga menos oxígeno.

A medida que aumenta la acidificación de los océanos, las especies que deben invertir más energía para formar el esqueleto de calcita que las protege (moluscos, corales, estrellas de mar, erizos, etc.) están particularmente afectados por este cambio que reduce su ritmo de crecimiento y fecundidad. En cambio algunas algas y fitoplancton pueden beneficiarse. Grandes consumidoras de oxígeno, las microalgas pueden producir el bloqueo de las branquias en los peces y la consecuente asfixia. Esto fue lo que sucedió en los meses de verano de este año con la aparición de la microalga Chattonella sp. en los mares interiores de Chiloé, que le provocaron la muerte a más de 24 millones de salmones de criaderos. El 15 % de la biomasa de toda la industria salmonera.

¿Qué factores gatillaron este explosivo bloom de algas? Si bien ya se han registrado episodios anteriores, por su magnitud todas las miradas apuntan al fenómeno de El Niño. El oceanógrafo de la empresa Mariscope, Christian Haag, advierte que “la situación actual del clima es compleja debido a la extraordinaria fuerza que tiene El Niño” y explica que en esta oportunidad “el retraso en la primavera hizo que las floraciones se iniciaran en diciembre y se acentuaran en enero para llegar a su máximo en febrero, o sea en pleno verano”.

“Los efectos del fenómeno de El Niño han mostrado tener una fuerte incidencia en la manifestación de estos fenómenos en el sur de Chile”, dice Sandra Bravo, Máster en Ciencia y profesora del Instituto de Acuicultura de la Universidad Austral de Chile en Puerto Montt. La experta en patologías de peces, explica que “las microalgas requieren de luz y nutrientes para reproducirse, por lo que períodos con alta luminosidad y disponibilidad abundante de nutrientes, como ocurrió en este último evento, favorecen su reproducción”.

Los expertos y autoridades coinciden que cada evento de El Niño —y su fase opuesta, La Niña— es diferente y no es posible pronosticar sus efectos. En los últimos episodios ocurridos en la costa de Chile están el florecimiento masivo de microalgas en la zona austral, el inusual brote de marea roja en Los Lagos y Aysén, en niveles muy por sobre la norma; en los recursos pelágicos se ha registrado un fuerte impacto, como la anchoveta del norte de Chile en donde se ha observado una alta proporción de ejemplares juveniles bajo la talla de referencia; en tanto que en la Región del Biobío, zona habitual de concentración de sardina, ahora existe poca disponibilidad de ese recurso debido a que se ha desplazado hacia zonas más al sur en busca de condiciones más propicias, lo que también trae efectos en la actividad pesquera.

El fenómeno también ha hecho aparecer especies no tradicionales, una de las más llamativas han sido las medusas en gran parte de Chile, en especial la fragata portuguesa. En cuanto a la pesca, en el norte grande se ha registrado tiburón, pez sol, bonito y langostino enano. Además, en Coquimbo se ha reportado jureles de gran tamaño, mientras que la merluza casi ha desaparecido; en Valparaíso hay gran abundancia de sierras y tiburón marrajo; en Biobío aparecieron pulpos; y los albatros y petreles de la zona sur han emigrado producto del desplazamiento de su alimento y se cree que esta misma causa ha provocado varamientos de ballenas y lobos de mar. Otra de las consecuencias de que se tiene registro son los varamientos de peces, como sardina en La Araucanía y anchoveta en Antofagasta.

El Dr. Luis Cubillos del Departamento de Oceanografía de la Facultad de Ciencias Naturales y Oceanográficas de la Universidad de Concepción, advierte que el cambio climático y la acidificación de los océanos en Chile “están ocurriendo; y están afectando las actividades del sector pesca y acuicultura, y se proyecta una intensificación de sus efectos”.

¿Qué podemos hacer? Junto con reducir nuestros altos niveles de consumo y generar más conocimiento oceanográfico en torno a los efectos del cambio climático en los mares australes, es necesario implementar una política nacional destinada a proteger, mantener y restablecer la salud de los ecosistemas marinos, poniendo límites a la sobrepesca y a la producción acuícola intensiva, además de crear áreas marinas protegidas; tres pasos esenciales para prevenir los efectos de la intensificación de fenómenos que asedian la costa y los recursos marinos de nuestro país y el planeta.

Acerca del Autor /

Periodista y diseñador gráfico. Creador y editor de la revista Enfoque y de la guía de viajes Turismo Sobre Ruedas. Director creativo de las agencias de publicidad Vientosur y Polenta.

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