Día Nacional de los Pueblos Indígenas | 4 lenguas ancestrales extintas de Chile
Mientras los pueblos aymara, mapuche y rapanui aún preservan sus lenguas, otras siete ya se extinguieron en Chile, como el kunza, el kakán o el selk’nam. A continuación, repasamos cuatro de estas lenguas ancestrales que, aunque ya no se hablan, dejaron un legado cultural que aún perdura.
Cada quince días desaparece para siempre una lengua en el mundo. En Chile, desde la promulgación de la Ley Indígena en 1993 —que reconoce oficialmente a nueve pueblos originarios: aymara, atacameño, diaguita, colla, quechua, rapanui, mapuche, yámana y kawésqar— al menos cuatro lenguas ancestrales han dejado de hablarse para siempre.
Hoy, según clasificaciones lingüísticas internacionales y estudios de la Universidad de Chile y la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena (Conadi), el país alberga lenguas en tres situaciones distintas: vitales, en peligro y extintas. Entre las vitales figuran el mapudungun, el aymara y el rapanui, aunque enfrentan dificultades en su transmisión intergeneracional. El quechua y el chesungun (una variante del mapudungun hablada en sectores cordilleranos) se encuentran en riesgo. En cambio, el kawésqar y el yagán sobreviven apenas con algunos hablantes ancianos, y otras lenguas como el kunza, el kakán, el colla, el chono y el selk’nam han sido declaradas oficialmente extintas.
El panorama se agrava al observar los datos generacionales: menos de un 10 % de los jóvenes que se identifican con pueblos originarios afirma comprender o hablar algunas palabras de su lengua ancestral. Esta baja vitalidad lingüística se explica por factores estructurales: la hegemonía del español, la falta de prestigio social de las lenguas indígenas y una escasa implementación de políticas públicas centradas en su fortalecimiento.
A pesar de ello, existen esfuerzos por revitalizar algunas de estas lenguas. El Ministerio de Educación impulsa el Programa de Educación Intercultural Bilingüe, y en regiones como Tarapacá se desarrollan iniciativas para enseñar quechua a niños y jóvenes de comunidades altiplánicas. En Rapa Nui también se promueven proyectos escolares para preservar el rapanui, mientras que el mapudungun y el aymara cuentan con recursos educativos, transmisores culturales y espacios de difusión, aunque todavía insuficientes.
Organizaciones como la Cátedra Indígena de la Universidad de Chile y el Programa de Lenguas Indígenas de la Conadi advierten que si no se refuerzan con urgencia las políticas de revitalización, incluso las lenguas que hoy se consideran “vivas” podrían pasar a ser lenguas en peligro en una o dos generaciones más. Por ello, el fortalecimiento lingüístico no solo es un desafío cultural, sino también un acto de justicia con la historia y el presente de los pueblos originarios de Chile.
A continuación, presentamos cuatro lenguas ancestrales que ya se extinguieron en Chile, pero cuyo legado cultural perdura hasta hoy.
.
:
El Kunza: La lengua dormida del desierto
La historia del pueblo atacameño ha seguido un camino de progresiva desaparición, arrastrando consigo valiosas expresiones de una civilización con más de 10.000 años de antigüedad. Aunque los atacameños aún habitan el norte de Chile, su población ha disminuido considerablemente, al igual que muchas de sus manifestaciones culturales. Uno de los signos más evidentes de este proceso es la extinción del kunza, la lengua ancestral de este pueblo.
Según el Censo de 2017, más de 30.000 personas en Chile se identifican como parte del pueblo atacameño. Sin embargo, hoy casi nadie habla kunza. A pesar de esta realidad, se han impulsado algunas iniciativas para su revitalización. Entre ellas destaca la creación del Consejo Lingüístico Kunza en 2010, conformado principalmente por profesores y poetas locales que buscan reinsertar el idioma entre niños y jóvenes de la Región de Atacama. Recuperar el kunza, afirman, es también una forma de reconstruir y comprender la cultura atacameña.
Fonéticamente, el kunza es percibido como un idioma áspero y sonoramente duro. Carece de inflexiones y presenta una escasez de tiempos verbales, los cuales eran suplidos mediante expresiones corporales y gestos con las manos.
Se cree que el kunza tiene raíces en lenguas originarias de zonas occidentales de Colombia y Ecuador. La toponimia de la zona conserva vestigios de su uso, con nombres como Puritama, Caspana, Lickan’kaur, Misckanti o Chapur’aquit, que aún identifican localidades y elementos geográficos del territorio.
Fonéticamente, el kunza es percibido como un idioma áspero y sonoramente duro. Carece de inflexiones y presenta una escasez de tiempos verbales, los cuales eran suplidos mediante expresiones corporales y gestos con las manos, características que le otorgan un sello distintivo entre las lenguas originarias de Chile.
El Kakán, la lengua perdida de los Diaguitas
El Háusi Kúta, la voz yagana del fin del mundo
En el confín sur de América, en los archipiélagos ubicados al sur del canal Beagle, vivieron los yaganes o yámanas, un pueblo nómada canoero que habitó algunos de los ambientes más fríos y agrestes del planeta. Su origen probablemente se remonta a grupos tehuelches que, hace más de 13 mil años, migraron desde las pampas argentinas hacia el extremo austral del continente.
El primer contacto de los europeos con los yaganes se dio en el siglo XVII, pero el encuentro más documentado ocurrió en 1826, durante la expedición de la fragata Beagle, comandada por Robert FitzRoy y con el joven Charles Darwin a bordo. En sus escritos, Darwin describió la lengua yagán como una serie de gruñidos inarticulados, sin reconocer en ese momento la riqueza del idioma.
El Yagán posee un vocabulario sorprendentemente extenso, con más de 32 mil palabras registradas. Curiosamente, algunas muestran similitudes fonéticas con el inglés, como ti (tea), kofi (coffee) y mons (month).
Con el tiempo, los estudios lingüísticos demostraron que el yagán posee un vocabulario sorprendentemente extenso, con más de 32 mil palabras registradas. Una de ellas, mamihlapinatapai, fue reconocida por el Libro Guinness de los Récords como una de las palabras más difíciles de traducir: describe “una mirada entre dos personas, cada una de las cuales espera que la otra comience una acción que ambos desean, pero que ninguno se atreve a iniciar”. Curiosamente, otras palabras del yagán muestran similitudes fonéticas con el inglés, como ti (tea), kofi (coffee) y mons (month), aunque sin una relación etimológica comprobada.
El Selk’nam, la lengua que sonaba a viento
Altos, robustos y expertos cazadores, los selk’nam —llamados Onisin por los yaganes— habitaban el norte de la isla Grande de Tierra del Fuego. Emparentados con los tehuelches, estos pueblos migraron desde la Patagonia meridional y fueron avistados por primera vez por la expedición de Hernando de Magallanes en 1520. Sin embargo, su destino se sellaría siglos después, con la llegada de colonos británicos a fines del siglo XIX.
La expansión ganadera impulsada por intereses económicos europeos trajo consigo el exterminio de los selk’nam. Acostumbrados a la vida nómade y ajenos a la noción de propiedad privada, consideraban natural cazar libremente —incluidas las ovejas—, lo que fue considerado un delito por los nuevos dueños de la tierra. Así comenzó un genocidio silencioso que culminó con la muerte de Ángela Loij en 1974, la última selk’nam de ascendencia pura.
Poco estudiada según los criterios modernos, el Selknam era una lengua gutural y áspera, con un sistema fonético que a los oídos foráneos podía sonar agresivo incluso en contextos amistosos. No poseía artículos ni género.
Su lengua, poco estudiada según los criterios modernos, era gutural y áspera, con un sistema fonético que a los oídos foráneos podía sonar agresivo incluso en contextos amistosos. No poseía artículos ni género, y el sistema numérico solo llegaba hasta cinco; para cantidades mayores, usaban expresiones como “muchos” o “muy muchos”.
El sacerdote y antropólogo alemán Martin Gusinde, uno de los mayores estudiosos de esta cultura, destacó el profundo vínculo entre el idioma selk’nam y su cosmovisión. En esta lengua, por ejemplo, la luna era “Sho’om tam” (“la hija del cielo”), casada con el sol, “el hermano del viento”; mientras que la nieve era “el hermano de la luna”, esposo de Chalu, “la hermana de la lluvia”.